Helena Resano Periodista
OPINIÓN

¡Ay, los egos!

No sentirse bien con el propio cuerpo daña de forma importante la autoestima.
Una joven se mira en un espejo.
PIXABAY
No sentirse bien con el propio cuerpo daña de forma importante la autoestima.

¡Ay, los egos! Cuánto que aprender en cómo gestionarlos, en cómo mantenerlos a raya, en cómo apartarlos y saber identificarlos a tiempo. El ego, lo digo muchas veces, es el peor compañero de viaje. El que más trampas te pondrá, el que más te hará sufrir. El ego desmedido es peligroso para cualquiera: para un buen periodista, para un buen actor, para un buen cocinero, para un buen político... 

Cuando dejas de ser crítico, cuando dejas de dudar y de preguntarte si realmente has dado lo mejor de ti, si hay algo que mejorar, es entonces cuando has sucumbido a ese peligro en forma de autoestima desmedida. No tenerla también es un problema, ojo.

Estar todo el tiempo pensando que no sirves para lo que haces, que no eres válido... El famoso síndrome del impostor es un boicoteador nato del ascenso profesional. Curiosamente, en mi vida profesional he comprobado que somos más las mujeres que vivimos manteniendo a raya ese síndrome más que el del enorme ego

Ayer, una amiga me mandó un mensaje, uno de esos que sin decirlo llevaba el SOS como inicio. Quería que comiéramos esta semana, necesitaba hablar: estaba harta. Su mensaje, literal, decía: ‘hoy me cae mal todo el mundo’. He de admitir que su mensaje me sacó una carcajada. Creo que había encontrado la definición perfecta para definir esa sensación de estar hasta los mismísimos: no conozco a sus compañeros de trabajo ni a sus jefes, no sé el ambiente que hay en su oficina, pero podía entender su desesperación. A todos nos ha pasado alguna vez tener esa sensación de no encajar, de que lo que haces es absurdo, de que estás predicando en el desierto.

Hay veces que sientes que tienes que hacer un sobreesfuerzo para convencerte a ti misma de que todo está bien, de que no hay nada tan gravísimo como para tirar la toalla. Pero admito que cuesta. Sientes que todos esos códigos que tantas y tantas veces nos empeñamos en gritar que no funcionan, sí lo hacen realmente. Que tanto reivindicarnos en el esfuerzo, en el talento, en el trabajo bien hecho, al final cuenta más bien poco. Que parecer que y hacer como que parezcas que es más importante que lo que realmente eres y lo que haces. 

La desesperación de mi amiga iba por ahí en ese mensaje de auxilio. Necesitaba desahogarse porque ella, que lleva años trabajando en lo suyo, que es una persona inteligente, astuta, incansable y una trabajadora meticulosa, sigue siendo invisible. Sigue siendo alguien necesario en el día a día, pero sin reconocimiento. Y esto pasa demasiado a menudo.

Talento que se diluye en ese mar de egos en el que vivimos. Y no estoy hablando sólo de mi profesión. Esto pasa en muchos otros sitios. En mi carta de deseos para el año que viene pediré que todos esos jefes de equipo, directores, responsables de Recursos Humanos, hagan el esfuerzo por saber detectarlo, por no perder a empleados y empleadas valiosísimas sólo porque no han sabido mirar.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento