OPINIÓN

Cuando nos obliguen al ayuno intermitente

Ayuno intermitente.
Imagen representativa del ayuno intermitente.
INTERMOUNTAIN HEALTHCARE - Archivo
Ayuno intermitente.

El ayuno intermitente es la moda del momento. Tu cuñado lo hace y tú también, y tu ejemplo contagia al siguiente cuñado. Así se extiende su hábito, con la misma eficacia que la Covid, pero sin cortapisas y con el apoyo general. Si el ejemplo del cuñado no es suficiente, las redes sociales nos aleccionan sobre sus beneficios. Los expertos en nutrición y los monitores de gimnasio lo practican; las estrellas de Hollywood y sus sucedáneos españoles también; los youtubers hablan de ello cuando no hablan de lo suyo; los tiktokers ayunan después de bailar. Caminas por la calle y sabes que dos de cada tres peatones están en ello. Han dejado de comer o de desayunar o de cenar ese día o el anterior o llevan una semana alimentándose solo de zumo de lavanda. El ayuno fortalece sus células y las tuyas. Cuando Pedro Sánchez acusa a Alberto Núñez Feijóo de tal o cual cosa, y viceversa, intuyes que al menos uno de los dos está pasando hambre, si no ambos. Por eso aparecen tan tensos y delgados. La radio habla del poder judicial como si ahí radicara la clave de tanto dolor político, pero un fantasma recorre España: la mortificación alimentaria.

Luego las televisiones buscan centenarios por los rincones de la Península y los encuentran, claro, aunque nunca practicaron una dieta voluntaria, sino que comían cocido a diario (y, quizás, con tocino). Recuerdo a un tipo mallorquín muy sonriente que presumía de desayunarse dos cruasanes con mantequilla cada amanecer. Recuerdo a una mujer, palentina, que no perdonaba el chorizo con un buen vaso de vino cada tarde. La Reina Madre de Inglaterra vivía alegremente con su copa de ginebra y también fue centenaria sin saltarse ni una sola comida ni un solo trago. Es posible que esta gente hubiera llegado lejísimos con el ayuno intermitente, pero lo habría hecho con otro brillo en la mirada y otra sonrisa en el gesto.

Cuando yo era pequeño dejar el desayuno era pecado. Y solo se podía tomar un huevo frito o dos por semana. Ahora resulta que, tal y como demuestra la apolínea figura de Luis Enrique, los atracones de huevos rotos con jamón no son malos (siempre que uno ayune al día siguiente, supongo).

Por un lado, los criterios médicos cambian; por otro, la salud es también una opción autobiográfica, un proyecto personal (me dijo un día, con acierto, Rafael Reig). En Nueva Zelanda, los jóvenes nacidos a partir de 2008 tienen prohibido fumar ahora que son menores, pero también en el futuro cuando cumplan la mayoría de edad, porque las autoridades políticas han decidido ocuparse de sus pulmones con espíritu norcoreano. Desconozco la letra pequeña del proyecto, pero una cosa es que se pongan impuestos, tasas o restricciones a los productos dañinos —tabaco, pero también bollería industrial o redes sociales— pensando en niños y adolescentes, y otra que se prohíba el acceso a ellos de los adultos. Causó estupor en algunos medios de comunicación españoles que en Catar no se pudiera beber alcohol dentro de los estadios de fútbol (tampoco fuera, claro), como si eso fuera lo más escandaloso de tan escandaloso mundial. Pruebe el lector a abrirse una cerveza en el Santiago Bernabéu y verá que la medida lleva mucho tiempo aplicándose en nuestro nada islámico país. La autoridad competente no se fía del espectador; piensa que en cuanto beba dos sorbos de lo que sea le dará por saltar al campo a hacer streaking o a desplegar una bandera a favor del pueblo saharaui.

Nadie mayor de edad debería ser multado o reprimido (no digamos ya encarcelado) por perjudicar su salud adrede (ni siquiera con los más deletéreos estupefacientes o corriendo un maratón). Algunos dirán: es que el sistema sanitario lo pagamos todos. De acuerdo; pero, si se permite a los gobiernos decidir hasta ese punto sobre nuestra salud, ¿qué impide que un buen día un grupo de bienintencionados gestores nos imponga el ayuno intermitente con la razonable coartada de que mejora la ventilación de los pulmones, la presión sanguínea y la flora intestinal del ciudadano y, por ende, ahorra camas hospitalarias? ¿Dónde ponemos el límite?

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