Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Pero este chico...

Guillermo, el príncipe de Gales (izquierda) y el príncipe Harry (centro) siguen el ataúd que contiene el cuerpo de la reina Isabel II mientras se abre camino desde el Palacio de Buckingham hasta Westminster Hall.
Guillermo, el príncipe de Gales (izquierda) y el príncipe Harry (centro) siguen el ataúd que contiene el cuerpo de la reina Isabel II mientras se abre camino desde el Palacio de Buckingham hasta Westminster Hall.
EFE
Guillermo, el príncipe de Gales (izquierda) y el príncipe Harry (centro) siguen el ataúd que contiene el cuerpo de la reina Isabel II mientras se abre camino desde el Palacio de Buckingham hasta Westminster Hall.

Suele decirse que la Familia Real española es muy sosa. Que no hacen un ruido, que el rey no da un titular ni por equivocación, que pasan casi inadvertidos. Yo estoy de acuerdo y creo que es deliberado. Y un completo acierto. En el siglo XXI, las monarquías son repúblicas coronadas y su cometido, eminentemente simbólico, es un duro trabajo, a veces aburrido y a veces agotador; pero un trabajo, no un espectáculo. Si se fijan, lo mismo sucede en casi todas las demás monarquías democráticas: la danesa, la belga, la sueca y la noruega, la japonesa…

En todas, menos en una: la británica. Es verdad que están perseguidos día y noche por una prensa casi siempre despiadada y meticona, pero es que "la empresa" (así la llamaba Jorge VI: empresa más que familia) lleva unas décadas tremendas. Los hijos de la reina y sus parejas han amargado la vejez de la gran Isabel II con su atolondramiento y su falta de responsabilidad. La única excepción son los Wessex, Eduardo y Sofía.

Pero nadie esperaba esto. Muerta la abuela, el pequeño de los nietos, Enrique, parece haberse decidido a imitar a su madre, la fallecida Diana, que era una consumada manipuladora y un bicho (glamurosa, pero bicho) de muchísimo cuidado. Este chico, Harry, ha declarado la guerra a toda la familia, incluidos a aquellos que no tienen el menor interés en estar en guerra con él. Va de televisión en televisión diciendo asquerosidades de su padre, de su hermano, de su cuñada, de su madrastra y de tol que se pone por delante. Ha publicado unas "memorias autobiográficas" (¡pero si no tiene aún 40 años!) que serían la envidia de Belén Esteban por su superficialidad, su inanidad y su falta de sustancia. Es puro cotilleo. Ganas de enredar. Ganas de hacer daño.

Harry, como su madre, tiene un afán de protagonismo enfermizo. Cuenta cosas que, narradas por cualquier otra persona, darían risa: que si mi hermano me pegó, que si esnifé cocaína pero estoy muy arrepentido, que si nadie me quiere y a mi chica tampoco, que si la señora que se casó con mi padre es muy mala porque no es mi mamá. Risa o indignación: tan orgulloso está el chaval de haberse cargado a 25 seres humanos en Afganistán, algo de lo que un militar responsable no presume jamás.

Está haciendo daño deliberadamente a su familia (a toda) y está causando un serio quebranto a la institución a la que ellos sirven: la corona británica. Lo mismo que hizo su madre. Y por los mismos motivos: ni ellos ni la corona le importan un rábano. No se da cuenta de que sin ellos no es nadie.

Si sigue así, y nada indica que vaya a cambiar, un día u otro se aburrirán de él y de su airada esposa. Me refiero a los periodistas, porque la gente empieza ya a hartarse claramente del chico. Se quedará para servir de carnaza a los tabloides más amarillentos y para salir haciendo el tonto en la Fox y en los Sálvame de EE UU, que no sé cómo se llamarán pero seguro que existen. Pobre muchacho. En correcto inglés, el comportamiento de este Harry tiene un nombre muy concreto. Se dice asshole.

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