Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

La doble vacuna del rey Juan Carlos

El Rey Emérito Juan Carlos I saluda desde un vehículo a su salida de la casa de Sanxenxo camino de Madrid, a 23 de mayo de 2022, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España).
El Rey Emérito Juan Carlos I saluda desde un vehículo a su salida de la casa de Sanxenxo camino de Madrid, a 23 de mayo de 2022, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España).
Alvaro Ballesteros / Europa Press
El Rey Emérito Juan Carlos I saluda desde un vehículo a su salida de la casa de Sanxenxo camino de Madrid, a 23 de mayo de 2022, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España).
¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

La muerte del rey Constantino II de Grecia, hermano de la reina Sofía, trae a la memoria cómo, al situarse en el bando de los coroneles golpistas que se alzaron contra la democracia el 21 de abril de 1967, perdió la corona tres años después y acabó en el exilio. Constantino recorrió así un itinerario en sentido inverso al del príncipe Juan Carlos, nacido en el exilio del que regresó para acabar siendo proclamado rey. Entonces, cuando su boda en Atenas, el 14 de mayo de 1962, don Juan Carlos era "el hijo de los Barcelona", candidato hipotético todavía en el alero a un trono imaginario, que estaba por ver, en un país que se había declarado constituido en reino solo para disimular sus afinidades con los derrotados en la II Guerra Mundial, sin que ello fuera óbice para que en las escuelas y en la prensa se cultivara con esmero la animadversión hacia la monarquía.

Mientras que la princesa Sofía procedía de una casa reinante con todas las de la ley. Y está fuera de dudas que esa condición de doña Sofía, hija del rey Pablo, puntuaba a favor de la candidatura de don Juan Carlos para ser designado sucesor. Vinieron después años de ninguneo, a los que se refería muchos años después la reina con la expresión "cuando no éramos nadie". Porque, a partir de su enlace matrimonial, fueron asignados a residencia en el Palacio de la Zarzuela hasta que siete años después, el 22 de julio de 1969, coincidiendo con la llegada a la luna del comandante Neil Armstrong y del piloto Edwin siete F. Aldrin, Juan Carlos fue designado sucesor a título de rey.

Entre tanto, Constantino, coronado en 1964, en vez de echar su suerte con los pobres de la tierra, como dice la letra de guantanamera, prefirió unir la suya a la de los coroneles que se alzaron contra una democracia perfectible que resultó empeorable. En prueba de solidaridad se hizo una fotografía con ellos que le persiguió para siempre, dejando su imagen unida de forma indeleble a la de los uniformados que le arrastraron con ellos cuando se produjo su caída en 1967. De modo que, mientras Juan Carlos viajaba de la precariedad del exilio al trono, al que accedió en noviembre de 1975 cuando se produjo la vacante en la Jefatura del Estado, su cuñado Constantino lo hacía desde el esplendor del Palacio Real de Atenas hacia el exilio, del que solo pudo retornar después de haber sido reducido al Estado laical. Que es como se dice de los clérigos a quienes se aplican las penas del código de derecho canónico.

Bajo los efectos de estas dos vacunas, la de sus orígenes y la de Constantino, don Juan Carlos se mantuvo a cubierto de cualquier tentación militar

Se volvió a confirmar así que la alianza del trono con las Fuerzas Armadas solo garantiza trayectos muy breves que terminan con la voladura de una institución cuya primera ambición es perpetuarse pasando de padres a hijos. Los militares parecen ser un recurso para situaciones extremas, pero su empleo deja secuelas imborrables y termina por quebrar la monarquía. A don Juan Carlos seguro que su padre, don Juan, le había contado en Estoril desde su más temprana edad cómo dos generaciones atrás, el último rey de España, Alfonso XIII, había aceptado quedar en manos del general Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923; y de ahí que al producirse la caída del dictador, el 28 de enero de 1930, se prendiera la mecha que aceleró la cuenta atrás para el final de la restauración y que poco más de un año después, el 14 de abril de 1931, se proclamara la República. Esta fue la primera vacuna, la traía puesta desde la infancia y gravitaba cada día como un escarmiento en su familia. La otra, posterior, la del ejemplo en su propia generación, la del rey Constantino, tenía otras virtualidades propias de quienes son hijos de un mismo tiempo que comparten.

Bajo los efectos de estas dos vacunas, la de sus orígenes familiares y la de recuerdo por la cercanía de Constantino, don Juan Carlos se mantuvo a cubierto de cualquier tentación militar, quienes quisieron atribuirle tibieza el 23 de febrero de 1981 no sabían de lo que estaban hablando. Escribe José Luis Leal en sus memorias Hacia la libertad que "la obsesiva insistencia en los errores que pudo cometer el rey Juan Carlos I en la última fase de su vida pública ha oscurecido su inmensa aportación a la democracia en España". Sostengo que una de las más importantes es la de haber logrado el cambio de lealtades de las Fuerzas Armadas del franquismo a la Constitución. Continuará.

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