Helena Resano Periodista
OPINIÓN

El acoso es el refugio del cobarde

Ejemplo de un caso de acoso callejero.
Ejemplo de un caso de acoso callejero.
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Ejemplo de un caso de acoso callejero.

Sí, durante muchos años normalizamos que cuando salías por ahí tenías que aguantar la "cuota del tipo borracho baboso" (la expresión se la he cogido prestada a Bob Pop) de cada noche. Siempre había algún tipo que, a determinadas horas de la noche y con un grado de alcohol o de sustancias o vete tú a saber de qué en sangre, se tomaba la licencia de decirte una barbaridad, de intentar tocarte o de acorralarte en la barra. Durante muchos años lo normalizamos. 

Salir por la noche en grupo de amigas era así. Todas sacábamos el genio que llevamos dentro cuando alguna se veía en esa situación. Nos defendíamos entre nosotras o al menos estábamos alerta. En ciudades pequeñas tenías más o menos controlado el percal en cada garito, pero en Sanfermines aquello se desmadraba y era más difícil, más insoportable, más complicado. Ahora sabemos que con la nueva ley esto lo podemos denunciar y esto se puede acabar. A los babosos de turno les podemos parar los pies con la ley. Y eso es un gran avance.

El otro día, viendo una película en casa, una escena describía muy bien el miedo de una mujer cuando camina sola por la ciudad. En la película la protagonista acababa de salir del trabajo, no era tarde. Un día de entre semana, en una zona con poco tráfico… Un coche para a su altura y su respiración se acelera. La secuencia era real, muy real, pero lo que más me sorprendió fue la reacción de mi hija, que estaba sentada al lado: "Y así es como nos movemos las mujeres cuando vamos solas"

El comentario no tenía destinatario, era casi un desahogo personal. Y narraba lo que a ella y a tantas como ella nos toca vivir cada día. Da igual que sea de día o de noche. Salir a correr por una zona poco transitada a plena luz del día es un desafío muchas veces. Y admito que, en más de una ocasión, he hecho de acompañante en bici o en coche para que mi hija pueda correr tranquila. Acompañarla en su trayecto para que se despeje, para que pueda hacer ejercicio sin tener las alarmas encendidas, sin estar pendiente de que alguien le diga algo, de que un coche se le acerque a velocidad lenta.

Hemos normalizado tanto, tantísimo, que tengamos que movernos y vivir así que ni siquiera nos paramos a reflexionar en que eso no es sano, que eso no es justo. Y es noticia que alguien diga basta ya en mitad de una fiesta y le pare los pies al baboso de turno. En esto es importante toda esa gente que está viendo lo que está pasando y que calla. Es vital que los amigos de ese baboso tengan dos dedos de frente y de sensatez y le digan a su colega que se corte, que se vaya a casa. O que le paren los pies. El acoso es el refugio del cobarde, del que marca a la víctima. Y eso lo tenemos que entender todos. Solo así podremos avanzar y dejar de normalizar situaciones de este tipo.

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