OPINIÓN

Su peso en oro

Lingotes de oro
Lingotes de oro
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Lingotes de oro

Me gusta pensar que la culpa fue de los neandertales, de los que nuestra especie aprendió el arte del adorno, de pintarse el cuerpo y colgarse conchas, piedras y piezas de madera. Milenios más tarde un material blando, escaso, pero con un fascinante brillo similar al de la luz solar se convirtió en el preferido para forjar joyas, coronas y para dotar, por ósmosis, a reyes y a caciques del mismo poder que el sol. Coronas, monedas, lingotes y su peso en polvo de oro sirvieron para demostrar la riqueza y la codicia: el rey Midas murió de hambre y sed, rodeado de oro, porque olvidó por un momento que no podía comerlo.

Pero precisamente en un momento en el que comer resulta más caro que nunca, el oro, como en cada crisis financiera, revive como un reservorio de seguro: su precio se ha incrementado un 5% desde el inicio de año, tras un 2022 en el que la guerra de Ucrania, el desvanecimiento en la nada de las invisibles criptomonedas y la inflación ha llevado a los bancos centrales –que, a diferencia de lo que hizo Midas, pueden llenar sus tripas de oro– a acapararlo. El miedo a la nada, al vacío y a que esa abstracción que es el dinero no valga lo que ayer costaba se sustituye por el tacto frío y maleable de un metal que vale su precio porque así lo hemos decidido. Es curiosa la mente humana, capaz de recorrer miles de kilómetros para cribar toneladas de arenas auríferas, de mover montañas, como ocurrió en las Médulas (en el Bierzo), o de desaguar lagos, como en la mina de Salave (en Asturias), por unas pepitas doradas.

La culpa originaria, muy posiblemente, fue de los neandertales, que además de los ritos funerarios, del arte con diversos pigmentos y alguna que otra guerra fratricida nos legaron el amor por las fruslerías. El resto, la obsesión por el acaparamiento, el miedo al desplome financiero, las persecuciones en las que el oro ingerido u oculto en el cuerpo podía ser la única esperanza de supervivencia, los robos y los expolios, todo eso nos lo hemos ganado a pulso.

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