Lo de Évole con Estopa: la vida era esto

Nos hacemos mayores. El retorno de Lo de Évole con Estopa ni ha sido una entrevista ni ha sido un documental ni ha sido una película basada en hechos reales. No, ha sido un acto de generosidad sobre el paso del tiempo, cuando te percatas de que ya no eres joven. Aunque te sientas joven.

Si los norteamericanos tienen su Ruta 66, nosotros tenemos las carreteras secundarias que unen las ciudades dormitorio. Esos barrios donde David, Jose y Jordi emprendieron el viaje desde la ensoñación de la ingenuidad al recelo de no poder dormir bien por la noche.

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Pero David, José y Jordi mantienen las risas de la inocencia. Y resuenan durante toda la emisión. Sonrisas que hablan mucho, sin necesidad de enfatizar. Emociones que llevan a la cataplexia a Jordi en más de una ocasión, dejando desnudos a David y Jose que, entonces, buscan de reojo a alguien del equipo. Las cámaras van bien pegadas a ellos. La imagen no tiene distancia de seguridad. El espectador está tan dentro de la historia como el objetivo invadiendo sus rostros. No parece importarles. Están libres de temor a abrirse a los demás. Incluso a sí mismos. Aprendizaje de chicos de barrio, tal vez.

Quizá sobre esa enseñanza trata el retorno de Lo de Évole con Estopa. Tras años de indagar en políticos, dramas, corrupciones e intentar cambiar el mundo (a mejor), Lo de David, Jose y Jordi termina siendo la road movie de tres hombres que se acercan a los cincuenta percatándose de que lo esencial no es lo estridente y que cualquier tiempo pasado no tiene por qué ser mejor. Tres amigos que ha caído en que la vida, sobre todo, es saber compartir. Y poco más.