Javier Yanes Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular
OPINIÓN

¿Origen alienígena? ¿Estamos locos o qué?

La llamada fotografía de Calvine.
Una imagen de un presunto ovni.
Sheffield Hallam University
La llamada fotografía de Calvine.

Vaya usted a saber por qué motivo (mejor no entremos en esto), este lunes los medios se han lanzado como fieras a una frase pronunciada por el general de la Fuerza Aérea de EEUU Glen VanHerck en respuesta a la pregunta sobre si los objetos derribados en estos días pasados en el cielo de Norteamérica podrían ser de origen extraterrestre. “En este momento no descarto nada”, contestó VanHerck, y ya tienes a los medios revolucionados. De las redes sociales ya ni hablamos.

En cambio, lo que los medios no han contado con el mismo entusiasmo es lo que el diario The New York Times añade en su crónica justo después del punto y seguido: “Pero en entrevistas el domingo, oficiales de la seguridad nacional descartaron cualquier pensamiento de que lo que la Fuerza Aérea derribó en el cielo represente ninguna clase de visitante alienígena. Nadie, dijo un oficial sénior, piensa que sean otra cosa que aparatos fabricados aquí en la Tierra”.

Incluso Luis Elizondo, un personaje que no necesita presentación para los adeptos a las teorías ovni (para los demás, es un exmilitar de la Inteligencia estadounidense que al parecer estuvo a cargo del programa ovni del Pentágono, y que ha intervenido en esos documentales de TV haciendo proclamas tan locas como indemostrables), ha descartado que cualquier hombrecillo verde o criatura de color distinto a los de los humanos esté detrás de estos objetos, apuntando más bien a China. Que Elizondo deseche un origen alienígena para esos objetos viene a ser como si un arzobispo negara la aparición de Lourdes.

Los ovnis los hemos inventado nosotros

Quien siga mis contenidos desde tiempo atrás sabrá que la postura de un servidor con respecto a los ovnis (ahora llamados oficialmente fanis, pero ya expliqué aquí por qué van a seguir siendo ovnis) se resume en una palabra: ciencia. Lo que nos dice la ciencia es que 1) no tenemos ninguna prueba de la existencia de ningún tipo de vida originada fuera de este mundo que llamamos Tierra, que 2) la aparición de la vida es algo muy probablemente infinitamente más improbable de lo que la gente cree, y que 3) el fenómeno ovni, entendido como se entiende normalmente, es una construcción sociológica y cultural del ser humano.

Lo primero es evidente; lo segundo, me temo, no es tan fácil de apreciar sin entrar en un conocimiento detallado de la biología, pero hoy no toca; ya he hablado de ello aquí muchas veces. Y en cuanto a lo tercero, es algo que fundamentalmente se olvida: el único motivo por el que muchas personas atribuyen un origen alienígena a la visión de cualquier fenómeno en el cielo que no saben explicar es que muchas personas atribuyen un origen alienígena a la visión de cualquier fenómeno en el cielo que no saben explicar.

Espero que se entienda el argumento circular: los ovnis los hemos inventado nosotros, los humanos. Los hemos integrado de tal modo en la cultura popular que llega un momento en que resulta casi normal que a la visión de un objeto o luz extraños en el cielo se reaccione con la figuración de un ser de otro mundo pilotando un artefacto de tecnología incógnita. Pero fuera de los confines de la mente humana no existe absolutamente el más mínimo indicio que pueda sugerir esta idea. Es tan verosímil como pensar en un dragón o un fantasma. Sin embargo, ningún reportero de los presentes en la rueda de prensa de VanHerck preguntó por estas dos posibilidades alternativas.

La naturaleza humana nos hace propensos a creer en cosas raras

Uno de los temas recurrentes aquí ha sido la indagación en las peculiaridades de la naturaleza humana que nos hacen propensos a creer en cosas raras, llámense espíritus, horóscopos, ovnis o conspiranoias; a veces de modo que incluso se cree más en lo irracional, irrazonable e indemostrable, que en lo racional, razonable y demostrable. Muchas personas creen en fantasmas, sin pruebas, y no en las vacunas, con aluvión de pruebas.

Ciertos estudios concluyen que hay ciertos rasgos de personalidad y otros factores asociados a esta forma de pensar. Y que, en cambio, no parece haber una relación clara con un nivel formativo o de conocimientos. Pero en esto último suele haber un pequeño gran fallo de diseño: se pregunta a los encuestados cuál es su nivel de titulación, o se presenta un breve cuestionario sobre la familiaridad del encuestado con ciertos datos.

Enseñar a 'inventar' la ciencia

La diferencia entre esto y el saber real se explica con una comparación con algo muy de moda, ChatGPT. Este modelo grande de lenguaje —del que hablaremos otro día— tiene acceso a tal volumen de información y posee tal poder de elaboración que da la impresión de saberlo todo, cuando en realidad no sabe ni comprende nada; no tiene esa capacidad.

Tradicionalmente, en las escuelas se han enseñado conocimientos científicos a los niños, pero no se les ha enseñado ciencia. Se les han enseñado historia y filosofía, pero no historia y filosofía de la ciencia. Se les ha enseñado a resolver problemas imitando lo que otros inventaron, pero no cómo pudieron hacerlo quienes lo inventaron. No se les ha enseñado a pensar. No se les ha enseñado a inventar la ciencia por sí mismos. Es aquello de la hipnopedia —la enseñanza durante el sueño— de Un mundo feliz: los niños sabían repetir cuál es el río más largo de África, pero no sabían cuál es el río más largo de África.

El resultado de esto es algo como lo que se oía esta mañana en un programa de radio: a la afirmación de un tertuliano de que la ciencia no ha demostrado la existencia de alienígenas, otro respondía que tampoco ha demostrado lo contrario. Y nadie le rebatía, porque ambos argumentos parecen equivalentes cuando no se sabe qué es la ciencia, cómo funciona ni para qué sirve (y para qué no).

Por mi parte, sigo convencido de que el germen de todo esto está en la educación, pero en una que realmente enseñe a pensar por uno mismo. La navaja de Ockham puede ser un principio demasiado simple y defectuoso para aplicarlo a la ciencia en toda su extensión, pero puede ser muy pedagógico para entender por qué, si uno ve unas luces extrañas en el cielo, en realidad es un completo disparate pensar en un hombrecillo verde a los mandos de su nave. Tanto como pensar que una especie de alienígenas avanzadísimos que posee una tecnología capaz de romper la barrera de la velocidad de la luz y de vencer la gravedad olvidó poner en sus naves un botón para apagar las luces.

Y todo esto, con independencia de que existan alienígenas o no, que no lo sabemos.

Javier Yanes
Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular

Soy periodista, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Antes de dedicarme al periodismo, en los años 90 trabajé en investigación en el Centro Nacional de Biotecnología y publiqué 19 estudios científicos y revisiones. Como periodista de ciencia, fui jefe de sección de Ciencias del diario Público, y entre mis colaboraciones figuran medios como El País/Materia, El Huffington Post, ABC, Efe o BBVA OpenMind, entre otros. En mis ratos libres también intento viajar y escribir sobre viajes. He publicado tres novelas: 'El señor de las llanuras' (Plaza & Janés, 2009), 'Si nunca llego a despertar' (Plaza & Janés, 2011) y 'Tulipanes de Marte' (Plaza & Janés, 2014).

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