Reportaje

Los 'Himars' que salvan vidas: un día con los médicos ucranianos del frente de Zaporiyia

Una operación
Vasyl y Denys, en plena operación a soldados heridos en el hospital de Zaporiyia.
Olha Kosova
Una operación

"Estoy escuchando explosiones y disparos de Kalashnikov muy cerca. Se cae una lámpara del techo pero parar la operación no es una opción. Los cirujanos trabajan y la sangre del paciente les llega a los codos. Hago una lista de formas de morir: electricidad, agua o metralla. Ojalá fuera rápido. Vale, necesito calmarme. ¿Puedo cambiar algo? No. Al menos moriré bien acompañada". La anestesista Anna, una mujer frágil de sonrisa bella y amable, se sumerge en sus recuerdos y cuenta cosas terribles con una voz casi alegre, como si se tratara de una divertida anécdota.

En su mente vuelve a aquellos días, a la sala de operaciones de su ciudad natal, Orijiv, una ciudad en el sureste de Ucrania en la región de Zaporiyia. Pero físicamente ya no es posible regresar a esta pequeña ciudad, una de las principales dianas de la ira del ejército ruso que recibe algunos días el impacto de 200 a 300 cohetes. Es uno de esos lugares terribles del mapa de Ucrania donde, entre ruinas y nieve, la vida se mantiene viva gracias al calor de las estufas y la luz de las lámparas de queroseno.

Hablé con Anna por primera vez, hace ya meses, en un punto de estabilización cercano al frente de batalla que recibe a los soldados y civiles de pueblos cercanos. Los médicos hacían turnos, pero Anna estaba entre los que no rotaban. Allí, en este lugar en el que los proyectiles sobresalen de la tierra, los ingenieros levantaron un búnker para médicos en tres días: me lo enseñó Igor, cirujano y colega de Anna de Orijiv que quiso quedarse a trabajar cerca de su ciudad para ayudar a su pueblo.

Anna, con un paciente
Anna, la anestesista, con uno de los soldados heridos en el hospital de Zaporiyia.
Olha Kosova

Tras el cierre del hospital de Orijiv, el pasado 27 de mayo, debido al peligro de los constantes bombardeos, Anna se sentó junto con su hija de 12 años y le explicó que su madre tenía que estar cerca de su pueblo para salvar a la gente y a los soldados. Solo "negoció" con ella: a todos los demás les informó. "Es una chica fuerte y valiente, lo entendió todo", dice Anna, que ahora trabaja en un hospital militar en Zaporiyia.

Han pasado meses desde que nos conocimos pero ahora me saluda y abraza como a un miembro de la familia. En el último año, los abrazos se han convertido en uno de los atributos más importantes de esta guerra. Ahora casi todos los mensajes a familiares y amigos terminan con una frase que literalmente se puede traducir como "te he abrazado". Nuestra conversación tiene lugar en la sala de descanso, y Anna habla tranquila... hasta que pregunto cómo ha cambiado su vida en el último año de guerra. 

"¿Cómo ha cambiado?", dice con una sonrisa amarga. Su cara refleja lo ridículo de esta pregunta y de repente agacha la cabeza para esconder las lágrimas en sus ojos. "¿Y qué piensa usted? Los médicos de Kiev y Odesa nos cuentan que volverán a sus ciudades cuando acabe la guerra. ¿Pero qué haré yo? Ya no tengo casa, no tengo hospital, y mi ciudad ya no existe". Su voz se llena de dolor y amargura, y siento que las lágrimas brotan de mis ojos involuntariamente.

¿Qué voy a hacer? Ya no tengo casa, ya no tengo hospital, y mi ciudad prácticamente ya no existe

"¿Cómo qué una foto? Estoy sucio", Oleksandr, de 20 años, soldado de infantería con dos años de experiencia, se siente incómodo y añade con sonrisa tímida que si hubiera sabido lo del "evento social", se habría arreglado. Estamos en el punto de estabilización unos meses después. El chico acaba de llegar de las trincheras con una metralla en la pierna y una ligera contusión. Hoy ha sido un día ajetreado en el hospital porque los rusos han estado poniendo a prueba la defensa ucraniana. Esta zona no es una picadora de carne como Bajmut en términos militares, pero hay enfrentamientos puntuales en la línea del frente y los bombardeos a civiles son algo constante: este pasado viernes se produjeron 17 ataques contra la ciudad sudoriental de Zaporiyia. En Orijiv ya ni los cuentan.

Oleksandr, el soldado herido
Oleksandr, el soldado herido de 20 años que espera ser atendido en el hospital.
Olha Kosova

"Quítate del medio, estás estorbando", me dice enfadado uno de los médicos. Aquí trabajan rápido: no caminan, vuelan. Así es la medicina militar. No les gusta que les llamen "héroes". "Basta", me dice el cirujano, "son los soldados nuestros héroes, y nosotros sólo ayudamos". Aun así, los médicos militares son los otros Himars, las armas ucranianas que salvan vidas. A los soldados rusos les enseñan con vídeos a detener hemorragias críticas con tampones, pero en Ucrania todos aprenden los protocolos M.A.R.C.H. de la OTAN y principios de medicina táctica. Todos, sin excepción, desde periodistas hasta voluntarios y militares, han aprendido qué es un torniquete y cómo detener una hemorragia. 

"Me acuerdo de usted", oigo de repente, y giro la cabeza: apenas reconozco a Oksana, una enfermera del 128º Batallón Médico que acaba de volver de Bajmut, el punto más caliente del frente oriental que Rusia refuerza a marchas forzadas. No quiere que le saquen fotos tampoco; está agotada. "Es un día duro, pero esto es un balneario comparado con el punto de estabilización de Bajmut", dice. Allí supieron de la pérdida de Soledar antes que el resto del mundo por el creciente número de soldados heridos que llegaban a sus manos: hasta 150 cada día.

"En Zaporiyia y Jerson curamos sobre todo heridas de metralla porque las trincheras de los soldados rusos y ucranianos están muy cerca: hay muchos agujeros de bala", dice Oksana, que  Mantener la moral para los soldados es difícil. "Una cosa era cuando nuestros chicos iban a la batalla por Jerson y estaban felices de recuperar territorios. 'Arréglame, y voy corriendo', decían. Pero Bajmut es otra cosa, allí los rusos tienen un número increíble de tropas y sus bombardeos son constantes. Nuestra gente está agotada", dice.

"Cuando estoy en la sala de operaciones, no oigo los bombardeos. Estoy totalmente concentrado en mi trabajo"

Llevamos media hora viendo cómo los cirujanos extraen metrallas del cuerpo de un soldado. "Mira, trabaja de rodillas", dice Vlad, un sanitario, mientras señala emocionado a Igor. ¿Qué tiene eso de extraordinario? Se lo pregunto a mi madre, doctora con muchos años de experiencia. Me responde indignada: "¿Por qué no te quedas de rodillas 30 minutos, haces algo de trabajo, y hablamos?". Además de Igor, también está operando Denys, un cirujano del Hospital de Kiev, que trabaja en medicina militar desde 2014 y es el que más experiencia tiene en traumatismos de guerra. "Cuando estoy en la sala de operaciones, no oigo los bombardeos. Estoy totalmente concentrado en mi trabajo", dice Denys.

Igor, de rodilla, opera a un soldado herido
Igor, de rodillas, opera a un soldado herido
Olha Kosova

Aquí está también Vasyl Oleksandrovych, de 29 años, cirujano pediátrico de Kiev antes de la guerra, con dos hijos de 2 y 6 años esperándole en casa. Sólo ha visto a su familia dos veces en el último año: durante una permiso de 10 días y otra vez en Zaporiyia. Su hija no le reconoció después de estar siete meses separados y ni siquiera le dejó sujetarla. A su familia siempre les dice que está en una zona segura. Fue en estas "zonas seguras" donde tuvo que cavar trincheras y realizar operaciones quirúrgicas dentro de coches durante los bombardeos. Es uno de los médicos que trabajó en una de las primeras evacuaciones de Jersón.

Los heridos con hemorragia masiva solo tienen tres minutos. En ese tiempo los paramédicos aplican un torniquete para detener la pérdida de sangre, llevan a los soldados bajo fuego enemigo a zona segura, los médicos estabilizan al paciente en una zona segura y lo llevan finalmente al punto de estabilización más cercano al frente. Después, lo llevan a un hospital. El sistema funciona y la prueba es la ausencia de colas y caos en el hospital de Zaporiyia al que se traslada a los heridos.

Vasyl, en la mesa de operaciones
Vasyl, en la mesa de operaciones
Olha Kosova

Los médicos ucranianos han sido testigos este último año de fantásticas historias de valor, rescates increíbles y ganas de vivir: "Recuerdo a un soldado de Bajmut al que los rusos pusieron con otros 15 compañeros en fila para dispararles. Le metieron un Kalashnikov bajo el casco pero las balas salieron tangencialmente. Los rusos decidieron que estaba muerto y le quitaron las botas. Un compañero de otra brigada lo encontró, lo llevó descalzo al hospital, se quedó allí sentado y no dijo ni una palabra en todo el tiempo", recuerda Vasyl.

¿Cuándo terminará la guerra? Vasyl no lo sabe. Mañana, dentro de un año, o quizá dentro de dos. Su familia espera pacientemente. "Intento no pensar en ello. Estaré aquí el tiempo que haga falta", sonríe tristemente y se apresura a seguir con sus pacientes. 

Vuelvo a casa en una de las ambulancias, miro por la pequeña ventanilla los paisajes de casas destruidas, cada vez más numerosas en los últimos meses, y pienso en el año de guerra, en la rutina y normalidad del heroísmo, el sacrificio y el precio que todos pagamos.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento