¿Quién mueve los hilos detrás de la televisión? Se habla de lobbies de poder, intereses políticos, económicos y empresariales. A veces, hasta imaginamos a señores acariciando gatitos mientras deciden cómo manipularnos sentados en un confortable sillón giratorio situado delante de una pared de 17 pantallas gigantes.
Las teorías de la conspiración nos distraen tanto como un espectáculo de prime time. Y son más divertidas si cuentan con malos muy malos, que están en la sombra de aquello que consumimos fervientemente. De hecho, hay amados líderes de familias políticas que insisten e insisten en desenmascarar a los censores de los medios. Saben que así construyen un malvado antagonista propio, perfecto para calentar el fanatismo más ciego de su electorado. Todo es manipulación, al fin y al cabo. Pero, en realidad, ¿quién es el gran editor de las decisiones de contenidos que tomamos los medios de comunicación?
El miedo es el gran editor de los medios de comunicación. Está el pavor individual a molestar, que lleva a una autocesura como protección para evitar enfadar a alguien y perder un trabajo en tiempos de sentir la inestabilidad laboral en cada minuto. Pero, sobre todo, está el pánico colectivo: el terror a "esto el espectador no lo entenderá". Y este mantra resuena constantemente y paraliza. Tanto que hasta aparece el miedo a no abrir con la misma noticia que el rival, el miedo a no lograr la misma entrevista que el contrario, el miedo a no estar en directo en el lugar en el que están el resto, el miedo a ser el único que sigue sentado en la mesa del Telediario, el miedo a ser distinto. El miedo iguala, pero a la baja.
La feroz competencia, los vaivenes económicos, la rapidez de elaboración de cada proyecto -casi sin tiempo para pensar- y la vigilancia al acecho de las redes sociales nos ha hecho, quizá, más conscientes de lo difícil que es todo. Y hemos colgado en la puerta el cartelito de "por favor, no molestar". Qué alivio. Así nos sentimos un poco más en tierra firme entre tantas arenas movedizas de incertidumbres.
Pero el problema de fondo es que pocas genialidades se pueden crear con pavor a la inteligencia de la sociedad. Especular con posibles manos negras que censuran estimula el regustillo del morbo, aunque lo que comprime la libertad y pluralidad creativa es nuestro propio miedo.
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