![Todos contra 1, este lunes](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/files/fp/uploads/imagenes/2023/02/28/todos-contra-1-tve.r_d.1163-494.png)
Todos contra 1 se ha vendido como el concurso más participativo de la historia de la televisión. Un concursante en plató contra toda la audiencia, que puede jugar desde casa a través de una aplicación. Recuerda un poco a Qué apostamos: hay que adivinar el devenir de grandes retos y experimentos que propone el programa. Algunos espectaculares, otros curiosos. Un formato perfecto para Televisión Española, pues descubres y aprendes mientras te diviertes.
Pero el público no ha respaldado el formato hasta caer este lunes a un muy pobre 4.4 por ciento de share con sólo 665.000 espectador. Este fatal dato se puede culpabilizar a muchas variables: que si cambios de programación, que si La 1 ha perdido la relevancia social, que si ha acortado su duración y el share sufre, que si los programas que preceden dejan una herencia de espectadores floja... Todo afecta. Somos fruto de las circunstancias. Y siempre hay muchas y plurales circunstancias.
Todos contra 1 venía con la ventaja de que es un espacio rápido y fácil de ver. Sin embargo, a veces, ser rápido y fácil puede provocar que todo pase y nada quede. Así se complica transmitir la percepción de poder asistir a un acontecimiento único en el prime time, a pesar de que el formato cuenta con la fuerza de pruebas difíciles de pronosticar y el poder de la imprevisibilidad del nervio del directo.
Son las contradicciones de la televisión que se piensa 'picadita'. Lo rápido no cansa, pero también puede pasar de puntillas. ¿Qué apostamos? intentaba generar siempre sensación de evento irrepetible. Aunque no con palabras y cebos, como hace Todos contra 1. Lo conseguía cuidando la narrativa y puesta en escena. De ahí la gran sintonía de inicio, que sugestionaba una atmósfera grandilocuente y festiva que servía para ir sumando espectadores a la vez que el público se ponía a soñar y evadirse con el glamour de un mundo travieso, icónico, luminoso y colorista.
Al frente, Ramón García y Ana Obregón contagiaban complicidad desde el minuto uno del primer programa. Se regodeaban en el baile, en las bromas, en la cercanía. Eran otros tiempos, y estuvieron varias semanas ensayando para propiciar ya ese clima de equipo de amigos. Tan importante en tele: transmitir equipo con la comunicación verbal y la comunicación no verbal. La conexión con la jet set de Obregón era aliada a la hora de que los invitados se soltaran contando batallitas, mientras que la experiencia en radio de Ramón García era maravillosa para sacar punta a lo que diferenciaba a cada uno de los concursantes. Sus conversaciones con los invitados se transformaban en empatía televisiva.
La tele es bailar con todos los que están en el estudio, no sólo teorizar la dinámica y expectativa del show. Y ahí está un problema clave de Todos contra 1, presentado por la seguridad de Rodrigo Vázquez y la socarronería de Raúl Gómez. Dos complementos a priori perfectos, el primero aporta el hilo conductor y el segundo la aventura, el atrevimiento y la cháchara.
Rodrigo Vázquez se estudia extraordinariamente el texto, tanto que parece que el guion impide que juegue con el resto de elementos del programa. Que un invitado famoso suelta un chiste espontáneo: rara vez se replica, poco se recalca, poco se remarca. Es como si sonaran grillos en el plató. Y pa'lante con lo siguiente del guion. Que un concursante cuenta con una peculiaridad, no se subraya y tampoco se deja que el momento tome aire. Y pa'lante con el guion. Los programas en directo no se pueden hacer de escorzo. No es fácil, pero hay que intentar abrazar todo lo que sucede en el plató con esa picardía que permite respirar las sensaciones e implica al público con la emoción. En Todos contra 1 ha habido demasiada teoría recitada, pero la tele es sobre todo la práctica: es un partido de pimpón en el que no basta con lanzar pelotas, también hay que tener tiempo para recogerlas, botarlas, rebotarlas, devolverlas y despeinarse.
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