Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Ellas bailan solas

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.

España es uno de los países del mundo en que el feminismo es más poderoso. Si lo medimos por su presencia en la calle, somos tan feministas como Argentina, o más. Si lo medimos por su implantación legal y hasta social, seguramente somos los primeros sin discusión. La igualdad de las mujeres es un concepto que ha calado en las nuevas generaciones de españoles hasta hacerse casi natural e indiscutible: hay que ser muy, muy rarito y muy antisistema (la extrema derecha) para negarlo, y los grupos o instituciones que rechazan a las mujeres solo porque son mujeres se cuentan, en España, con muy pocos dedos: algunos clubs gastronómicos, alguna organización masónica (no todas, desde luego) que vive aún en el siglo XIX y la Iglesia católica, que les niega el sacerdocio con argumentos que se vuelven, cada día que pasa, más sonrojantes.

Quizá por eso, por su enorme influencia y su gran poder de convocatoria, el feminismo de nuestro país está profundamente dividido, al menos entre quienes se reclaman sus líderes. Eso no es tan raro, pasa en muchos lugares. Pero en ninguna parte está tan politizado como aquí. Un movimiento (un concepto, por mejor decir) que comparten tantos millones de ciudadanos debería ser transversal, tendría que ser naturalmente común a todas las posiciones políticas, como el sufragio universal, el derecho al paro o la misma democracia. Y no es así.

Ayer se votó en el Congreso la reforma de una ley (la del “solo sí es sí”) que no es trascendental, no es “histórica” (palabra tan querida por los políticos y los comentaristas deportivos), pero sí muy importante porque ayuda a proteger a las mujeres de la peste inacabable de las agresiones machistas. La ley tenía unas goteras tremendas: desde que entró en vigor hasta ahora, se le han rebajado las penas a 722 criminales y han salido a la calle alrededor de 70 más. Así que la ley tenía más agujeros que un queso Emmental. Eso es muy difícil de discutir.

Pero la ley era obra de Podemos, partido que, en la extraña familia que forma el gobierno, no se sabe si es la suegra o la nuera; una de las dos, en cualquier caso, empeñada en reventarle la vida a la otra. Y más cada día que pasa.

Podemos ha defendido que su ley, tal y como estaba, con sus agujeros y sus goteras, era el pararrayos de todas las bondades y la cumbre celestial del feminismo más puro. Y que tocarle una coma es poco menos que volver a las cavernas. La otra parte del gobierno (la suegra, la nuera: lo que ustedes prefieran) ha dicho que eso es un disparate y que había que arreglar las goteras. Que eso era el verdadero feminismo. La inexplicable tozudez de unos y otros en un solo artículo de la ley ha hecho que los miembros del mismo gobierno se llamen de todo, se insulten como solo saben hacerlo suegras y nueras (las que se llevan mal, quiero decir) y apenas les haya faltado tirarse de los pelos, mentarse a la madre, acusarse mutuamente de fascistas y, en fin, pisar deliberadamente lo fregado por la otra.

La ley se ha aprobado gracias, inauditamente, a los votos de los partidos conservadores y a otras formaciones. Una ley presentada por el gobierno, que se supone que es un equipo, ha salido adelante con el desacuerdo airado de parte de ese mismo gobierno. Pero no dimite nadie, eso sí que no.

Y ante este ridículo, comparable nada más que a algunos episodios hilarantes de nuestra historia (la crisis del rigodón, la bofetada de una infanta al ministro Calomarde, el día en que quisieron hacer cardenal a Franco), ¿qué dicen las mujeres? ¿Qué cara ponen, o ponemos, la inmensa mayoría de las y los feministas? Pues estamos aquí sentados, mirando primero a un lado, luego al otro, como si estuviese jugando Carlitos Alcaraz, y nos preguntamos: Pero a esta gente ¿qué rayos le pasa? ¿Están bien de la cabeza?

Sí, de la cabeza están perfectamente. Menudos son. Lo que sucede es que están haciendo política, nada más. Política de partido, quiero decir, y no de Estado. Las mujeres y las agresiones a las mujeres tienen ya, en este baile de salón, muy poca importancia, si es que tienen alguna. Son el pretexto de la reyerta… y ninguna otra cosa, como pasaba en las comedias de enredo y en las óperas del siglo XIX. Esto ya no va de feminismo, de agresiones, de leyes ni de mujeres. Va de campaña electoral. La suegra y la nuera, dando voces y haciendo aparatosos aspavientos, tratan de llevar el “voto feminista” a su redil, y acusan a la otra de traidora, de vendida, de intransigente y de lo que se les ocurra. Y hay que ver qué cantidad de cosas se les ocurren. Están marcando su territorio, como hacen numerosísimos animalitos, entre ellos todas las aves rapaces. Están diciendo: “Nosotros hemos gobernado tres años y pico con esos de ahí, pero ha sido sin querer, ¿eh? No somos como ellos, somos muy distintos”.

Esta ley probablemente le costará el puesto al presidente Sánchez. Pero no por la ley en sí, sino por el espectáculo que están dando los que, contra toda lógica y toda sensatez, siguen siendo miembros del mismo gobierno. Muchos electores, entre los que me cuento, dirán: ¿Y vamos a seguir así otros cuatro años, viendo cómo se atizan de patadas en las espinillas por debajo de la mesa mientras sonríen y ponen cara de que no pasa nada? Anda y que les zurzan. A las suegras y a las nueras. Y viceversa.

A las mujeres, sobre todo a las agredidas y a las que están en peligro, en este absurdo danzón les pasa lo que a aquel grupo musical que había hace años: que ellas bailan solas.

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