Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

La reputación política

Juan Bernardo Fuentes Curbelo, tras declarar ante la juez de Tenerife.
Juan Bernardo Fuentes Curbelo, tras declarar ante la juez de Tenerife.
EFE
Juan Bernardo Fuentes Curbelo, tras declarar ante la juez de Tenerife.

Cuando el tito Berni acudía al restaurante de la Puerta de Alcalá conocido por el nombre del faraón Ramsés, dudo que supiera la diferencia geográfica entre el Manzanares y el Nilo. Ramsés II ordenó la matanza de todos los recién nacidos judíos, entre ellos Moisés, pero fue la hija del rey la que rescató al bebé, quien, para entonces, navegaba en un cesto entre juncos. La princesa se llamaba Meiamén, un nombre que evoca el grito de Patxi López: "A-ti-qué-más-te-da". Tito Berni, a lo que se ve, salaz y desenfrenado, no era el elegido para recibir la tabla de los Diez Mandamientos, porque, de haberlo sido, no habría cumplido exclusivamente, como así hizo, con la regla de santificar las fiestas, sino que habría continuado la lectura mineral de las leyes y no habría cometido actos impuros ni habría robado ni habría dado falso testimonio ni habría codiciado los bienes ajenos.

Pero tito Berni ya no es tito Berni. El pájaro cabrero ya no se reconoce en las fotografías ni en la trama. Tito Berni es la encarnación de la estirpe sicalíptica de ciertos políticos en desuso que se deslumbran por las ‘Sombras’ en Madrid y por los restaurantes de lujo. Pero hay que reconocer que no son todos iguales. En este asunto, donde hay morbidez por doquier, hay tres categorías de implicados: los delincuentes, los incoherentes y los improcedentes. 

Tito Berni y su troupe de rufianes forman presuntamente parte de la primera categoría de los delincuentes. Eran los que trincaban o cooperaban en el saqueo comanditariamente. En el segundo rango, en el de los incoherentes, están los diputados que pudieron beneficiarse del fornicio pagado. Eran los mismos que votaban por la mañana a favor de la abolición de la prostitución y por la noche favorecían su expansión. Y en la tercera categoría viajan los improcedentes, que estuvieron donde no debían estar. Aquí habría que destacar al inoportuno reincidente, que gozaba de manduca gratuita con asiduidad, y al inoportuno aislado, que menuda le ha caído en su casa por estar donde no debía estar a horas de guardar. En todo caso, un daño irreparable a la reputación política.

Berni, por lo poco que pude comprobar en el Congreso, no era un hombre de grandes lecturas. Tanto es así que, cuando escribo esta pieza, me viene a la cabeza la anécdota de un político conservador de nombre Abilio Calderón, a principios del siglo XX. Un día, siendo ministro, visitó Palencia y pronunció en la estación una arenga desde la ventanilla del vagón de Obras Públicas, donde naturalmente aparecían inscritas las iniciales O. P. El hombre, ni corto ni perezoso, gritó: "Ya lo dice aquí: ¡Onradez Palentina!". Pues eso, tito Berni, ‘el onrado’.

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