OPINIÓN

Un país de funcionarios

Antonio Banderas durante la presentación de 'Company'.
Antonio Banderas durante la presentación de 'Company'.
J.J. Guillén / EFE
Antonio Banderas durante la presentación de 'Company'.

Acabo de ver una entrevista a Antonio Banderas en la que el carismático actor se lamenta del porvenir de España. La entrevista es de hace tiempo, pero a mí el algoritmo me la acaba de rebotar, por razones que solo Elon Musk o Mark Zuckerberg conocen; y, obediente, la comento. Dice Banderas, grosso modo, que no se puede esperar demasiado de un país en el que la juventud sueña con una plaza de funcionario y no con empezar un negocio.

No le falta razón: España no es California por lo mismo que Camerún no es Escandinavia. Y así como un iglú tiene los segundos contados en el ecuador africano, en España un autónomo tiene difícil supervivencia con la insólita y atroz cuota mensual que los distintos gobiernos nos imponen desde hace lustros —con ligeros e insustanciales cambios entre unos y otros— solo por trabajar —o pretenderlo— por nuestra cuenta y riesgo. Valgan dos ejemplos de eso que los políticos llaman pomposamente "los países de nuestro entorno": en Portugal la cuota mínima es de 20 euros; en el Reino Unido, de 14; en Alemania, de cero patatero. En España, rebasamos ya los 300 euros.

"Da la impresión de que aquí unos nos ajustamos el cinturón y otros llevan tirantes (qué buena idea para una viñeta, por cierto)"

¿Cómo te quedas, amigo Banderas?

Da la impresión de que aquí unos nos ajustamos el cinturón y otros llevan tirantes (qué buena idea para una viñeta, por cierto).

Tampoco es fácil montar un negocio: una amiga irlandesa trató de fundar una sociedad limitada para una idea interesante, y encontró tantas trabas y tantos gastos previos y tanto fárrago administrativo que constituyó la empresa en su país de origen (desde Madrid, vía online y en media hora). De un país como España, en efecto, solo se puede esperar España.

Así las cosas, el consejo de futuro que doy a mis hijas adolescentes alimenta sin duda la clase de país de la que se queja el actor de Málaga: opositad, les digo. Sacaos la plaza. El empleo fijo. Conseguid un sueldo fiable. Ambicionad eso. Aquí no hay más que hacer. Emprender es complicado, ser un autónomo puro (es decir, sin empleados) es una audacia propia de aventureros sin miedo a la intemperie (o con pareja funcionaria) y confiar en el salario de un empleador bonancible no es tanto como fiarse de un iglú en Camerún, pero casi.

Hace años, antes de cumplir los treinta, yo mismo afronté una oposición para escapar del sistema laboral español. Busqué una plaza a mi medida, utópica, en la que se cobrara mucho y para la que no hubiera que estudiar demasiado. Y, sorprendentemente, la encontré. ¿Asesor del concejal de Urbanismo de tu pueblo?, preguntarán algunos con comprensible malicia. No: controlador aéreo. El proceso exigía superar tres horas de test psicotécnicos; un examen oral de inglés, y, finalmente, la entrevista personal.

Llegué a la última prueba. Tres psicólogos, dos hombres y una mujer, eran los responsables de aquel tribunal sentenciador. A mí me tocó ella, la mujer de bellos e inquisitoriales ojos negros (¿o eran azules?) y pelo corto. Después de una hora respondiendo a sus preguntas íntimas y minuciosas en un despacho cerrado, sin aire y sin testigos, algunas preguntas demasiado invasivas para mi gusto (pero mi sueldo futuro y mi libertad laboral bien merecían soportar ciertas impertinencias), la psicóloga me dijo adiós con un cálido apretón de manos y un comentario que sugería mi victoria.

Luego supe que no. Tantos años después, cuando pago mis cuotas de autónomo agobiado, cuando mis hijas me piden que les compre tal o cual cosa que no puedo pagar, sigo recordando a aquella mujer que decidió mi destino laboral. Su entrevista nadie la vio, no fue fiscalizable ni recurrible por mí ni por nadie. Fue la prueba más sospechosa del proceso (pues dejaba en manos de esa misteriosa mujer y de AENA, la entidad contratadora, la elección final de candidatos sin garantía de objetividad). ¿Qué será de ella? ¿Libró al mundo de una catástrofe aérea al decidir mi descarte o simplemente me tachó de la lista para meter en mi lugar, no sé, a la hija o al hijo de su amiga Mari Pili?

¿Tú qué pensarías, amigo Banderas?

Y con todo: opositad, hijas, opositad. Y luego, si queréis y os sobra tiempo —con la plaza en propiedad—, emprended un negocio que haga feliz a nuestro actor más internacional.

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