Acaban de cumplirse nada menos que doce años del conflicto en Siria. Doce años donde el dolor y el sufrimiento de la población no han dejado de crecer. El número de personas fallecidas supera los cientos de miles y más de 12,4 millones de personas han huido de sus hogares, dejando todo atrás, buscando la paz. El conflicto ha devastado la infraestructura del país; en algunas zonas el acceso al agua potable o a la electricidad son todo un lujo. 

Siria, que se tambalea por los efectos del conflicto, cuenta además con una economía paralizada debido a la inflación y el vertiginoso aumento de los precios de los alimentos. Las altas tasas de paro, los efectos de la guerra en Ucrania, la covid y las sanciones no hacen más que empobrecer a su población. A este contexto se suman los efectos de los terremotos que sacudieron el pasado mes de febrero al país, afectando a nueve millones de personas, agravando la crisis humanitaria que ya existía. 

El 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Seis de cada diez sirios y sirias no tienen comida para llevar a la mesa. Los sirios que temían morir por la guerra, ahora temen morir de hambre. Las familias se endeudan para comprar, reducen el número de comidas y adoptan otras estrategias alarmantes para llegar a fin de mes, como el trabajo y el matrimonio infantil, en un ciclo perpetuo de pobreza. 

A pesar de la alarmante necesidad, la respuesta humanitaria en Siria carece de fondos suficientes. Los gobiernos y donantes deben comprometer su apoyo con financiación para salvar vidas ahora y en el futuro. La población siria necesita y merece soluciones sostenibles para dejar de pensar solo en sobrevivir y empezar a construir el futuro.