Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

¡Ya es primavera!

El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato de la moción de censura, Ramón Tamames.
El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato de la moción de censura, Ramón Tamames.
EP
El líder de Vox, Santiago Abascal, junto al candidato de la moción de censura, Ramón Tamames.

Hace muchos años yo trabajaba de editorialista en un periódico que ya desapareció, no importa cuál. Los dueños nos pusieron de director a un tipo mordaz, despótico, con una mala leche terrorífica. Pero un día aquel muchacho se enamoró. Era 21 de marzo. En la reunión matinal del periódico (la cara del jefe había cambiado, se notaba mucho) dijo: "Y el editorial… Oye, por un día vamos a descansar de la política, ¿eh? ¿Por qué no haces un editorial sobre la primavera, Algorri?". Hubo algunos parpadeos y caras de estupefacción, pero yo, serio como un logaritmo, contesté: "Muy bien, director, perfecto, la primavera. ¿A favor o en contra?". La carcajada estalló con tal estruendo que aquel hombre estuvo a punto de despedirme. No sé si alguna vez me lo perdonó. Supongo que no.

Me acuerdo de aquella anécdota mientras veo en la tele cómo Santiago Abascal, el líder de la ultraderecha, acompaña al anciano Ramón Tamames en la entrada al Congreso, para la moción de censura. Qué despiste el del veterano profesor, qué sonrisas las de su patrocinador. Quizá hayan visto ustedes las fotos de alguna de las últimas bodas de Rupert Murdoch, que se va a volver a casar –por quinta vez– a los 92 años. En sus matrimonios suele fotografiarse con la novia de turno y con sus dos hijos. Bueno, pues esto era igual: la misma cara de "¿qué hago ahora?" en Tamames y en Murdoch, la misma sonrisa dentífrica y nerviosa en los hijos y en Abascal. Pero este tuvo un arrebato poético: "Venga, ¡que ya es primavera!", vino a decir, mientras empujaba a Tamames hacia el interior. En su caso, estaba muy claro cuál: aquella antañona "que por cielo, tierra y mar se espera", que decía la canción.

El discurso de Abascal dijo más sobre él, sobre su personalidad, que sobre ninguna otra cosa. Lo primero que hizo, sin saludar siquiera a la presidenta de la Cámara, fue tratar de apuntalar con improperios la presunta e inverosímil "seriedad" de una moción de censura puramente propagandística y destinada al fracaso. Lo segundo, denostar a toda la prensa que no le baila el agua, que es la mayoría. Y luego ya sí, la habitual descripción teatral de España como si fuese Afganistán o una de las Pinturas negras de Goya. Lo que sucede es que eso se lo hemos oído ya decenas de veces. No sorprende a nadie.

Pero Santiago Abascal es, lo quiera o no, un sentimental. Y la primavera, por lo visto, exacerba en él esa condición. Cuando el presidente del Gobierno, en su réplica desde la tribuna, le sacudía duro y le mostraba no solo sus contradicciones sino sus miserias, a Abascal, en su escaño, se lo llevaban los demonios. En esos trances, la práctica totalidad de los líderes parlamentarios se están quietos en el asiento y, como mucho, sonríen con cierto desprecio o cierta ironía. Este no. Abascal, sofocado, enrojecido, no paraba un segundo: se revolvía, se agitaba, se tocaba la cara, hacía visajes, resollaba, buscaba complicidades con la mirada y no las encontraba.

Es demasiado visceral para tener éxito. Las pullas, sean ciertas o no, atinadas o no, le duelen. Le sacan de sus casillas. Le desarbolan. Le hacen parecer un niño enfurruñado e incómodo dentro de un traje que le viene estrecho. Da un poco de lástima verle bufar así, con el color primaveral encendido en la cara.

Abascal es demasiado visceral para tener éxito. Las pullas, sean ciertas o no, atinadas o no, le duelen

Abascal ha montado esta excéntrica moción de censura para salir por la tele y que todo el mundo hable de Vox durante unas semanas. No hay ninguna otra razón. No es mala estrategia, ya que estamos en campaña (aunque siempre estamos en campaña). Pero lo hace mal, como los tenistas que juegan contra Carlos Alcaraz. No es que sepa que va a perder (que lo sabe), es que sale a perder, que no es lo mismo; le sobra desasosiego, sobre todo cuando escucha que hablan de él, y le sobra fanfarronería de atrezzo cuando habla. Es un hombre inseguro preocupado mucho más por las cámaras de televisión que por los diputados que le escuchan. Eso acabará perdiéndole. Abascal no usa estrategias políticas sino publicitarias; pero eso hay que saber hacerlo y a él se le da mal.

¿Y Tamames? Ah, pues bien. Habló sobre todo de historia, manejó una erudición que nadie tiene ya en el Congreso y, esto sobre todo, usó un tono mesurado y cordial que el hemiciclo ha olvidado hace ya demasiados años. Aunque solo sea por eso, hay que darle las gracias. En el otoño de su vida, usar esa forma de decir las cosas fue una buena metáfora de la primavera que acaba de llegar. Aunque no sepamos si ha llegado a favor o en contra.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento