Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

El poder de un delincuente

Donald Trump, sentado ante la corte de Nueva York.
Donald Trump, sentado ante la corte de Nueva York.
EFE
Donald Trump, sentado ante la corte de Nueva York.

Treinta y cuatro acusaciones formales de delitos variados no es frecuente: pocos delincuentes en el sentido más estricto de la palabra son acreedores de tan denigrante calificación. Y menos si se trata de un ex presidente de los Estados Unidos. La historia de Donald Trump compareciendo ante un tribunal de Nueva York es una historia que jamás se habría imaginado ninguno de los grandes escritores policiales norteamericanos.

La realidad supera muchas veces a la imaginación y Trump la ha rebasado para un largo tiempo. Aunque se proclamó inocente de todo lo que se le acusa, faltaría, más se ha asegurado un puesto destacado en la historia que su lamentable paso cuatro años residiendo en la Casa Blanca le venía garantizando, Lo curioso es que la propensión delincuencial del personaje hace mucho tiempo que era conocida y tapada por el protagonismo de sus extravagancias y el éxito de sus abogados que se mantienen a su lado como los guardaespaldas.

Tanto como emprendedor de éxito plagado de críticas y acusaciones como los escándalos de su

vida privada, paradogicamente quizás en el país más puritano, es incompresible que no le hayan llevado antes a la cárcel y mucho menos que cuando su vanidad y prepotencia ilimitada le hubiese proyectado a ser candidato a la Presidencia, que el partido republicano, seguramente bien cebado con el derroche de su dinero fruto de tantos chanchullos, le haya salir victorioso de las primarias e incomprensiblemente con el mayor poder del mundo.

Imagino a bastantes intelectuales preparando tesis para explicar algo tan inexplicable. Siempre escuché la tradición de que para llegar a la presidencia de los Estados Unidos, había dos condiciones: una que no se podía despertar duda alguna de cualquier honradez profesional y empresarial y la otra ser ajeno a cualquier tipo de escándalo sexual. Trump las superaba todas desde los comienzos en que sus ansias de protagonismo empezó a emerger en la alta sociedad norteamericana en la que se beneficiaba, tanto de sus excentricidades como su capacidad para ganar dinero entre dudas variadas unido a la curiosidad humorística que despertaban sus payasadas.

Quizás lo más incomprensible contemplado desde fuera es que a pesar de todo, y de la solidez que se atribuye a la tradición democrática de los Estados Unidos que con tantos factores en contra acabase siendo votándolo – por supuesto que no por una mayoría, pero si por una distribución del voto que le proporcionó el triunfo – y sobre todo que se haya arropado por una masa de fanáticos que le siguen Enaltecidos y violentos hasta extremos tan incomprensibles como fue el intento de golpe de Estado ante el Capitoleo o alardeando la defensa de sus mentiras que rechazan las pruebas de su delincuencia o se mantienen en el empeño de que dentro de año y medio consiga la reelección.

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