![Fernando Sánchez Dragó con Arrabal](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/uploads/imagenes/2023/04/10/fernando-sanchez-drago-con-arrabal.png)
Fernando Sánchez Dragó probablemente es el autor que más popularizó los programas sobre libros. "La literatura en particular y la cultura en general, adecuadamente expuestas, no tienen por qué ser aburridas", decía al presentar su programa 'Biblioteca Nacional' en 1982. Después vinieron muchos más, durante treinta años. El más recordado, 'Negro sobre Blanco'.
Y en todos estos espacios, intentó introducir narrativas de la teatralidad televisiva para hacer más atrayente el ejercicio de la conversación entre autores. De hecho, los programas de Dragó eran una especie de reunión de las de antaño con esas gentes de bien sentadas en una mesa de madera noble con sus ceniceros rebosantes de ceniza e incluso sus copas con su dosis de alcohol. Alguna vez, hasta brindaron.
Ana María Matute bromeaba ante tal etílica puesta en escena. "No somos unos borrachines, somos unos degustadores". Matute respondía con la inteligencia de su ironía al provocador Dragó que ha dejado en el archivo de RTVE lúcidas conversaciones literarias que ya forman parte de documentación histórica sobre nuestra cultura. Por sus formatos pasaron de Umberto Eco a Rosa Montero. El ego del presentador quedaba desactivado por las elaboradas palabras de sus invitados.
Como elaborada era la carta de presentación que compuso Luis Eduardo Aute. "Todo está en los libros", cantaba la reconocible sintonía de la tele de Dragó. "Libros que no dan calambre, que no necesitan un técnico que los repare", reflexionaba desde una tele a la que lanzaba dardos desde dentro con verborrea astuta.
Dragó sabía que su popularidad no hubiera sido igual sin su relación con Televisión Española, donde moderó una de las tertulias más populares de todos los tiempos. Fue en su programa 'El mundo por montera', que un buen día debatía sobre el apocalipsis y, de repente, un carismático Fernando Arrabal fuera de sí perdió el control hasta crear una frase para la posteridad: "el milenarismo va a llegar". Era 1989, el final de una década en la que la literatura estaba muy acostumbrada al espectáculo televisivo. De Cela a Umbral. Pero nadie logró superar a Arrabal, mientras Fernando Sánchez Dragó disfrutaba del desquiciado momento con una media sonrisa maliciosa.
Por muy perverso que fuera el rato de Arrabal descontrolado, casi rompiendo la mesa central de cristal del decorado, Dragó seguía como si no pasara nada. Aquella sonrisa pícara, tan suya, quizá le estaba resumiendo en sólo una imagen. Aquella sonrisa de degustador, como diría Ana María Matute, de degustador hasta del caos, siempre le representará con precisión.
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