Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

27 días en una prisión talibán

Cientos de personas se manifestaron este martes en las calles de varias localidades de Afganistán en apoyo a la resistencia contra los talibanes y para criticar el supuesto apoyo del vecino Pakistán en los logros militares en la provincia norteña de Panjshir, el último bastión contra los islamistas. Las manifestaciones que han tenido eco en varias ciudades afganas comenzaron después de que el lunes el líder del Frente Nacional de Resistencia (NRF), Ahmad Massoud, llamara a un levantamiento en Afganistán, una petición que se produjo poco después de que los talibanes clamaran la conquista de Panjshir, algo que ellos negaron.
Manifestación en apoyo a la resistencia contra los talibanes.
EFE/ARCHIVO
Cientos de personas se manifestaron este martes en las calles de varias localidades de Afganistán en apoyo a la resistencia contra los talibanes y para criticar el supuesto apoyo del vecino Pakistán en los logros militares en la provincia norteña de Panjshir, el último bastión contra los islamistas. Las manifestaciones que han tenido eco en varias ciudades afganas comenzaron después de que el lunes el líder del Frente Nacional de Resistencia (NRF), Ahmad Massoud, llamara a un levantamiento en Afganistán, una petición que se produjo poco después de que los talibanes clamaran la conquista de Panjshir, algo que ellos negaron.

27 días en una prisión talibán, una pesadilla sin fin para Parvaneh Ebrahim Khel, una de las mujeres que se atrevió a manifestarse y que, tras muchas torturas, fue liberada y vive con su familia en Alemania desde hace varios meses.

Coincidí con ella en Madrid, en el programa 'Hear us' e invitada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Allí me habló de los días que pasó en prisión. "Después de que los talibanes tomaran el control de Afganistán tuvimos que guardar silencio por un tiempo, porque les teníamos miedo. Nuestras familias tampoco aceptaron que alzásemos la voz contra la opresión de los talibanes porque tenían miedo de perdernos", me contó, "mi familia estaba en contra al principio, pero hablé con ellos y les convencí de que no debía callarme ante la crueldad de este grupo que había destruido mi infancia, que me arrebató a mi padre, que quitó la visión a mi hermano, que fue mi amigo y compañero de juventud".

"El cierre de las escuelas para niñas y el desempleo de las mujeres también sacudía mi conciencia y no me dejaba estar tranquila", continuó Parvaneh, que organizó la protesta con un grupo de mujeres a través de WhatsAppUnas veinticinco participaron en esta manifestación en diferentes rincones de la ciudad.

Cuando las mujeres comenzaron a protestar, llegaron los talibanes y les impidieron continuar. "Los talibanes encendieron las alarmas de los coches", recordó, "después del asedio, nos rociaron gas pimienta en la cara. Cerramos los ojos, no podíamos ver, pero seguimos cantando. Cuando insistimos en continuar nos dispersaron a tiros de fusil. Nos dirigimos entonces hacia uno de los parques en la intersección de Dehmzang y continuamos cantando allí. Los talibanes volvieron y dijeron que si continuábamos nos llevarían a todas a prisión. Al mismo tiempo, querían quitarnos los teléfonos, pero nos resistimos. Por supuesto, nos insultaron diciendo que éramos personas viles y sucias, que llevábamos a la sociedad a la prostitución. Uno de los talibanes le dijo a su colega que cerrara las puertas del parque para que pudieran arrestarnos. También escapamos y, cuando llegué a casa, noté que el General Mobeen estaba hablando en las redes sociales y alentando a las fuerzas talibanes a arrestar a las chicas que protestaban porque insultaban los valores talibanes e islámicos. Exactamente dos días después fui arrestada y encarcelada".

Pregunté a Parvaneh sobre su encarcelamiento y me explicó que había ido al médico con su familia cuando, de repente, los talibanes rodearon su coche y la detuvieron. Me dijo que aún hoy no es capaz de olvidar los gritos de su madre, pidiéndole a los talibanes que la dejaran ir. Pero los talibanes también golpearon al marido de su hermana y sacaron a los dos del coche.

"Los talibanes me taparon los ojos para que no pudiera ver a dónde me trasladaban. Me torturaron en el camino y me llevaron a una habitación con ventanas con barrotes pintadas con spray negro. Había una cámara de circuito cerrado de televisión dentro de la habitación. Después de eso, me trasladaron a una celda solitaria y allí estuve presa", contó. 

Durante los primeros días en prisión, no supo nada de las otras chicas. No tenía teléfono, ni los talibanes permitían las llamadas telefónicas. No fue hasta el día 25 que uno de los talibanes llamó a su familia y le permitió hablar con ellos. "Diles que estás con los talibanes y que te tratan bien y no te han torturado", ordenaron. Al escucharlo, a Parvaneh le invadió "un sentimiento extraño" y comenzó a llorar. El carcelero le dijo: "No llores porque tu familia se enterará de que fuiste torturada, habla con normalidad y diles que preparen una garantía para que seas liberada".

"Cuando escuché la voz de mi madre al otro lado de la línea telefónica preguntando -hija mía, ¿dónde estás? ¿dónde te llevaron los talibanes?- Contesté que estaba bien, que no se preocupase por mí, que la extrañaba y la quería mucho. Ella se puso a llorar y me dijo que sabía que me estaban obligando a decir que estaba bien. Mi hermano, que es ciego, tomó el teléfono de mi madre y me dijo: -Parvaneh, eres la heroína de todos nosotros y estamos orgullosos de ti-. No podía dejar de llorar, cuando el carcelero vio mi llanto colgó el teléfono diciendo -¡Ya basta! Ya has tenido noticias de tu familia, no hables más. Tengo que llevarme el teléfono para que nadie vea que te traje uno- y salió de la celda".

Cinco minutos después, otro talibán llamó a la puerta de su habitación. Parvaneh me contó que era la hora de la cena y pensó que debían traer comida: "Cuando se abrió la puerta, un talibán enmascarado corrió hacia mí y grité. Otros dos estaban parados en la entrada y uno de ellos estaba tocando la música especial que escuchan durante los martirios y decapitaciones. Uno de los talibanes, que estaba parado cerca de la puerta de la habitación le dijo al que había entrado que me disparase dos veces en la cabeza. Dejé escapar un fuerte grito y pensé que todo había terminado y era hora de morir. Mantuve la cabeza agachada para no ver cómo me mataban y fue entonces cuando me dieron dos fuertes golpes en la cabeza. Volví a gritar y el talibán enmascarado me dijo que me callara o que me golpearía en la boca a continuación. Estaba aterrorizada y cerré los ojos, cuando de repente escuché a otra chica gritar. Cuando los abrí habían salido de mi celda. Más tarde, el joven médico del lugar al que me llevaron, al ver mi desesperación, lloró conmigo y me dijo - no soy un profesional, solo trabajo aquí para poder vivir. Perdóname por no poder hacer nada por ti-. Les dijo que me deberían llevar al hospital para recibir tratamiento. - No es posible-, contestó el talibán. Me dieron medicinas ahí mismo y pensé en tomarlas todas. Puede parecer una tontería ahora, pero en esas circunstancias, vi el suicidio como mejor opción que la lapidación".

Parvaneh me aseguró que, cuando era torturaban en la prisión, soñaba con llevar puesto un casco y un vestido de hierro para que, si era apedreada, las piedras no le alcanzaran.  "Aquella experiencia me dañó demasiado. Es una pesadilla inacabada para mí".

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