Reportaje

La cuenta atrás para el esperado contraataque en Vugledar, allí donde entre barros y ruinas crecen tulipanes rojos del color de la sangre

Las carreteras de Vugledar, con barro por un lado y tulipanes rojos en los márgenes.
Las carreteras de Vugledar, con barro por un lado y tulipanes rojos en los márgenes.
Las carreteras de Vugledar, con barro por un lado y tulipanes rojos en los márgenes.

“¿Están cansados? ¿Quemados moralmente? ¿Entonces qué hacemos?”, se pregunta con tono sarcástico un comandante adjunto de la brigada apodado Baida, que tiene 39 años. Después se pone serio. “No podemos dejarlo todo e ir a descansar aquí. No tenemos cinco brigadas detrás para reemplazarnos”. 

Estamos sentados en una pequeña casa en un pueblo al este de Ucrania, a una distancia relativamente segura del frente. La guerra aquí se escucha en el eco de los bombardeos lejanos y los destellos nocturnos en el cielo sobre Mariynka, una ciudad desaparecida y completamente borrada del mapa por los ataques rusos. Aparte de la irritación provocada por las ingenuas preguntas de una periodista civil y el cansancio, su tono deja claro que rendirse no es una opción para él. Para Baida, aquí todo es sencillo. Una vida sin horizontes previsibles y con un método de automotivación. “No piensas, no sueñas, no haces planes. Haces lo que tienes que hacer...”, describe con calma y rotundidad; y zanja en un tono más bajo: “... hasta el momento que te desgastes”.

La zona de Vugledar, en la que trabaja la brigada 68, se considera la más exitosa para las tropas ucranianas en la región de Donetsk. Desde hace varios meses, los medios de comunicación occidentales escriben piezas sobre la resistencia de los defensores de la zona y de los fracasos del ejército ruso a pesar de la participación de un gran número de vehículos blindados y personal. Según Baida, el “secreto del éxito” es un conjunto de “trucos militares” y la sobreestimación por parte del enemigo de sus propias capacidades. La situación en el frente es ahora menos intensa, pero aquí, tanto como en el resto de las zonas a lo largo de la línea de contacto, son palpables la tensión y las expectativas en vísperas de “la gran contraofensiva”, anunciada por Kiev. 

Con una vaga esperanza de obtener al menos algunos detalles sobre la batalla que se avecina, los equipos de periodistas acosan a los soldados con una manida pregunta: “¿Cuándo?”. En vez de dar alguna respuesta, se encogen de hombros y señalan con su dedo hacia el barro, un obstáculo natural creado por semanas de lluvias en la región.

El barro en las llanuras de Ucranias tras cuatro semanas de lluvia.
El barro en las llanuras de Ucrania tras cuatro semanas de lluvia.
Olha Kosova

Baida lleva diez largos y abnegados años en esta guerra. Estuvo en ella en un momento en que no existía ni para el resto del mundo ni para la mayoría del país. A veces habla con dureza de este país y de su frivolidad, pero quizá tenga derecho a hacerlo. En aras de la paz de esta mayoría, renunció hace tiempo a su vida normal, sacrificó el tiempo con su familia, con la que se ve unas siete veces al año. Ahora él y sus compañeros tienen que “lavar con su propia sangre” esta despreocupación de su pueblo.

Baida sabe que la guerra es dura, mejor que muchos otros. Ha visto a familias rotas, pero dice a sus subordinados que aquí no tienen muchas opciones. Los rusos no se las dan. Los invasores maltrataron a las mujeres y niños. Sin embargo esas operaciones de castigo no asustaron a Baida; más bien le enfurecieron y le animaron a luchar. Primero, en las regiones de Kiev y Chernigov, luego en el cruce de Siverskiy Donets en la localidad de Bilogorivka, en los campos de Bajmut, y ahora en Vugledar. En todos los círculos del infierno.

Baida, el comandante adjunto de la brigada
Baida, el comandante adjunto de la brigada
Olha Kosova

"Les digo esto a mis soldados: estáis aquí para luego no tener que disparar desde las ventanas de vuestras propias casas", explica Baida. 

Este mismo miércoles, en un cine de Kiev, veía a chicos y chicas con lágrimas en los ojos contemplando la muerte de un bello y heroico John Wick —protagonizada por Keanu Reeves— en las escaleras inundadas por los últimos rayos de sol del día. Era una escena muy bonita desde el punto de vista cinematográfico, por esa crueldad y heroísmo que vemos en la pantalla grande. Unas horas más tarde, ya estoy en un blindado antimina MaxxPro viajando por carreteras embarradas y destrozadas de la región de Donetsk: la 68ª Brigada me ha permitido el lujo inaudito de quedarme con ellos unos días y ver cómo trabajan las distintas unidades, desde la artillería hasta la infantería, y las unidades de la defensa aérea.

La 68ª Brigada con la que me desplazo en su blindado MaxxxPro.
La 68ª Brigada con la que me desplazo en su blindado MaxxxPro.
Olha Kosova

El viaje, de media hora, me produce unas náuseas terribles. No puedo imaginar cómo se mueven los soldados de infantería a gran velocidad en estas máquinas. Los soldados me sonríen y dicen que es cuestión de acostumbrarse, pero admiten que el cansancio ya les hace mella. Ellos, los soldados de infantería, soportan la carga más pesada de esta guerra. Esto lo confirmarán otras unidades en un par de días. Es la infantería la que se atrinchera y se agarra a cada centímetro de esta tierra y mira a los ojos de sus enemigos. El otoño y la primavera han sido extremadamente duros. "Por supuesto, estamos cansados. Cada mes es más difícil obligarse a volver al 'cero', tanto moral como físicamente. Pero una vez que estás allí, haces lo que tienes que hacer", dice uno de los pilotos del MaxxPro.

"Ahora es más difícil volver al 'cero' —la línea de colisión—, pero se hace lo que hay que hacer".

El comandante de su compañía, apodado Delfin, lleva en las trincheras desde 2014. Sonríe abiertamente y me cuenta que la batalla más dura fue cuando los rusos atacaron Pavlivka y rompieron la defensa. Tuvo que asumir el liderazgo del grupo y reconquistó dos de las posiciones que se habían perdido el día de la Pascua ortodoxa. El precio fue muy caro: esos lugares, que antes tenían nombres de fruta, ahora se llaman como dos de los fallecidos en la lucha por recuperar ambas.

Delfín, el comandante de la brigada
Delfín, el comandante de la brigada
Olha Kosova

Las técnicas de motivación de Delfín se han llegado incluso a comentar por las trincheras de Bajmut. "A quien destruya un vehículo blindado, le voy a regalar un iPhone 14 pro", gritó una vez por el radioteléfono cuando un vehículo ruso intentó romper la línea de defensa. "A mí me gustan las personas descaradas porque yo soy así, pero el enemigo ya sobrepasaba el límite de mi paciencia", comenta entre risas. Pero no era broma. A un soldado jovencito de 20 años, un héroe tímido que destruyó un vehículo ruso... le regaló un teléfono.

A pesar de las historias fantásticas, tras hablar con los militares del 68, una cosa queda clara: una contraofensiva costará a Ucrania sus mejores hijos. "Empieza la contraofensiva y en cinco o diez días los rusos se vuelven corriendo a sus casas", escuché cómo decía una profesora de matemáticas a los periodistas mientras limpiaba su escuela destruida. En ese momento recordé las escenas cinematográficas de las afueras de Vugledar, donde entre el barro y las ruinas crecen los tulipanes rojos del color de la sangre. Las palabras de Baida, ese "el Oeste nos va a dar el armamento, pero no nos dará la gente". 

La brigada camina sobre el barro en el frente de Vugledar.
La brigada camina sobre el barro en el frente de Vugledar.

"Aquí lucharemos nosotros, pero nuestros mejores guerreros ya están muertos", decía otro de los John Wicks ucranianos del frente de Vugledar antes de asegurar que esta guerra no acabará en 2023 y que la batalla por la libertad seguirá los años que están por venir.

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