Mi sobrina María juega al pillapilla en una plaza muy concurrida. Su primo la persigue y está a punto de darle alcance, pero ella se agarra a su madre y grita: “¡las mamás son casa!”. Me lo apunto. Quiere decir que su madre es chufa, es un seguro, un espacio donde no le pueden pillar. La norma parece razonable y el resto de niños la asumen. Las mamás son casa. El juego continúa con esta novedad legislativa aprobada por mayoría cualificada de tres quintos.
Sin darse cuenta, María ha enunciado una verdad universal, ha invocado los orígenes y las causas de la perpetuación de la especie, ha definido el mundo y nos ha recordado de dónde venimos, ha recorrido siglos de historia, cabañas, chozas de adobe, castillos, cuevas, campamentos junto al fuego, latitudes y longitudes, razas, clanes, tribus, luchas, peleas, entregas y amores. Mientras corre despreocupada, María es sabia sin saberlo.
La madre de María es casa. Cuando se fue a vivir a Madrid se llevó un azucarero, un jarrón y una Virgen del Pilar para que su nuevo hogar tuviera algo del anterior, para que, después del cambio, todo siguiera igual. María dijo que las mamás son casa cuando su madre estaba en mitad de una plaza. Es otra muestra clara de sabiduría porque las madres son un hogar en movimiento, un lugar al que volver. Las mamás son casa también cuando no están en casa.
Las madres son un hogar en movimiento, un lugar al que volver. Las mamás son casa también cuando no están en casa.
Las mamás se expanden porque la maternidad es expansiva. Están en constante crecimiento como las galaxias. A veces, hay madres de otros que son tu madre de un modo inexplicable, como si fuera un ministerio compartido o un encargo divino que cumplen con una diligencia emocionante. No tener madre es una presencia constante que te acompaña siempre y tenerla es un miedo a la ausencia, una telepatía inexplicable y una conversación que no termina nunca.
El poeta Enrique Cebrián explica en su poema Mudanza por qué las mamás son casa: Rodeados de cajas y de polvo, / con muebles que aún no han sido colocados / en su lugar correcto, / me has dicho que bajabas un momento a la calle. / Has vuelto al poco rato / con el calor de agosto / y un sencillo recipiente de madera / para dejar los cepillos de dientes. / Es bonito este vaso de madera. / Y así, como un conjuro, / ese gesto tan solo ya ha servido / para hacer un hogar de este desorden.
Feliz Día de la Madre.
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