Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Tradición y modernidad

Los reyes Camilla y Carlos, de espaldas, saludan a su pueblo desde el balcón de Buckingham Palace.
Los reyes Camila y Carlos III, de espaldas, saludan a su pueblo desde el balcón de Buckingham Palace.
TheRoyalFamily
Los reyes Camilla y Carlos, de espaldas, saludan a su pueblo desde el balcón de Buckingham Palace.

Será muy difícil que volvamos a ver una película que revitalice el recuerdo medieval en su seriedad, brillantez y parafernalia como la ceremonia retransmitida el sábado a todo el mundo de los actos de entronización de Carlos III como rey del Reino Unido, es decir, de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del del Norte, además de la Commonwealth. 

La brillantez y precisión del espectáculo quedarán en el recuerdo, sin duda. Pero tanto la ceremonia como la significación política que ha materializado es evidente que reivindican la imagen de las monarquías como instituciones públicas de la máxima importancia en el contexto internacional.

Son veintinueve las monarquías que existen en el mundo, que suman muchas más si se cuentan las que mantienen la institución con la misma representación y principios que integran la Commonwealth. La monarquía es un sistema de representación institucional de los Estados miembros. Contra lo que pueda se considerado como anacronismo, en la práctica las monarquías parlamentarias son una institución constitucional que brinda estabilidad a los países, les asegura la libertad y garantiza el ejercicio de los principios democráticos.

En Europa tenemos varios ejemplos de monarquías que cumplen plenamente estos principios. Desde el propio Reino Unido hasta la que tenemos en España, la última que se ha consolidado después de años de dictadura, ahí están las de Dinamarca, Suecia, Noruega, Bélgica, Holanda o Luxemburgo, cuyas prácticas democrática y estabilidad constituyen un modelo de libertades, progreso económico y modernidad. Y lo mismo podría decirse de otras en otros continentes, entre las que destacan la de Japón, Tailandia, Camboya (país al que devuelto la paz), así como Lesoto, modelo en el África subsahariana, o Marruecos, adelantado de la evolución a otros regímenes feudales.

Las monarquías parlamentarias liberan a sus pueblos de la opresión y la discriminación por cualquier tipo de razones, étnicas, religiosas y culturales, avalan la actividad plena de los partidos políticos, sean cuales sean sus ideologías y proyectos, son un freno para las divisiones enfrentadas de las sociedades que usufructúan las mismas leyes y enfrentan conflictos y descartan la violencia en la conquista del poder. 

En el balance de paz y modernidad entre monarquías democráticas y otros regímenes políticos, es evidente que las monarquías parlamentarias, acomodados a los tiempos en su evolución y propulsoras de la modernidad, salen ganando.

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