Internacional

Reportaje

Tres camaradas de Bajmut (balada sobre el amor, la amistad y los soldados imperfectos)

Balada sobre la amistad en las trincheras de Donbás.
Olha Kosova

Lucía, querida mía, voy a emprender mi último viaje,

Cuando estiraré las patas

No me olvides.

Te quiero, cariño mío

Aunque esté borracho.

La vida nos ha separado

Pero la muerte no nos separará.

“Puede sonar cínico, pero un soldado ideal es el que no piensa y sigue ciegamente las órdenes”, me dijo una vez Baida, el comandante adjunto de la brigada 68 de Vuhledar. Luego añadió que, precisamente por eso, por mucho que uno planifique, las cosas en el frente no salen según lo previsto. Unas semanas más tarde, sentados en un porche de Avdiivka, hablamos del tema con Vitaliy, un policía de las fuerzas especiales que están en guerra desde 2014 y que se ríe al escuchar mi pregunta sobre la perfección de los soldados. La pregunta sonaba de forma aún más cómica en el contexto de la noche anterior, cuando su amigo Muja contaba que una vez lanzó una granada al enemigo por la noche, se chocó contra un árbol y no le mató a él de milagro. Se dio cuenta de lo sucedido al escuchar la burla de los soldados rusos desde una trinchera de al lado. “Llevo años en el frente y, desde que estoy aquí, no he visto 'perfectos'. Aquí luchan seres humanos ”, dice Vitaliy.

El paisaje de aquella tarde parecía haber sido entonado cientos de veces en canciones populares; también podría haber sido el comienzo de una novela típica ucraniana: una pequeña cabaña, un cerezo en flor, los últimos rayos del sol primaveral fundiéndose lentamente en el horizonte. Dos chavales de unos 27 años se sientan en la hierba del patio, fuman, ríen y cantan sobre el amor de un mexicano por una joven misteriosa llamada Lucía. "Creyó en el amor hasta el final". Es una barbacoa normal y corriente, acompañada por música country y el eco sordo de las llegadas (de bombardeos), las salidas y los disparos lejanos de los AK-47.

Estoy aquí por una llamada de Lesha, barman en la vida civil y, desde marzo del año pasado, militar de las fuerzas antiaéreas. Este invierno nos juntó el destino en Konstiantynivka, una ciudad satélite de Bajmut, escenario de las batallas más sangrientas de esta guerra. En el frente la vida se mueve a una velocidad vertiginosa y aquí todos saben lo frágil y corta que es. Eso borra toda convención social y toda conversación banal. Así que un día de febrero entré oficialmente en su lista de contactos como Olga Bro (hermano, en inglés) y se convirtió en el hermano menor que nunca tuve. Despreocupado y siempre alegre, pero sereno y decidido en situaciones de peligro. Decidí que con gente como él “se puede ir a operaciones de inteligencia tranquilamente”, como reza un dicho ruso.

Una maniobra en el frente de batalla.
Olha Kosova

"¡Hola, tía! ¿Cómo vas? ¿Has desaparecido? Me voy a casar, que lo sepas. Estoy con mis chicos cerca de Bajmut. Vamos a casa, allí nos veremos y lo celebraremos", me dijo un día por teléfono. Lesha conoció a su novia de 20 años, Karina, en una sala de chat virtual durante la guerra. En pocos meses, este reencuentro tan moderno se convirtió en una relación seria, con videollamadas cada noche y visitas de la chica a Konstantynivka. Unos días de vacaciones fueron suficientes para conocer a sus padres, que enseguida se enamoraron de él.

Un par de días después, un Daewoo Lanos averiado con la música a todo trapo me transporta desde Kramatorsk. "Este es mi kum (una expresión que se refiere al padrino de los hijos)", me dice Lesha sobre su amigo al volante. Serhiy acelera el coche a peligrosamente y bromea sobre la vergüenza de morir en un accidente de coche en plena guerra. Los blindados y los tanques se cruzan volando a nuestro lado.

- "Mira a la izquierda. ¿Recuerdas la base donde nos conocimos? La destruyeron hace un par de días y alguien ha puesto velas encendidas", me dice Lesha. 

- "¿Conocí a alguien?" 

- "No, TÚ no", escucho una respuesta corta y seca. Nos detenemos y me quedo mirando un par de minutos las ruinas del edificio donde, en una noche fría de febrero, después de un viaje a Bajmut, Lesha había intentado animarme con baile y sushi. De repente, aquellas ruinas me duelen y tengo pensamientos inoportunos: ¿y si aquel cohete hubiera impactado un par de meses antes?

Lesha, en un momento de tranquilidad en el frente.
Olha Kosova

El lugar donde viven los chicos nos recibe con bombardeos cercanos. En unos segundos ya estamos en el sótano, un poco estrecho para cuatro personas.

- "¿Cuándo podemos salir?", pregunto con impaciencia después de pasar allí apenas diez minutos.

- "Dínoslo tú. No solemos bajar al sótano. Aquí la que tiene miedo eres tú", me dice alguien entre risas desde la penumbra. La voz pertenece a un tipo de unos 25 años con gafas al que apodan El Profesor, el tercer miembro de la tripulación de su cañón antiaéreo.

Al salir, escucho bromas sobre la desfachatez del infeliz huésped por el que todos fueron al refugio. Para sobrevivir, los soldados aprenden a distinguir por el sonido quién dispara y a qué distancia. Si es una "llegada" o una "salida", te tumbas o te escondes. Con el tiempo adquieres una reacción intuitiva que es muy difícil de explicar. Vivir o morir siempre es una cuestión de metros. Sin embargo, tener miedo significa creer que algo aquí depende de ti y si estos 14 meses nos han enseñado algo, es que no tiene sentido tener miedo en situaciones que están fuera de nuestro control.

Si estos 14 meses nos han enseñado algo, es que no tiene sentido tener miedo en situaciones fuera de nuestro control.

— "Aquí tenemos una regla. Todo lo que no cae dentro de la casa es una salida”, comenta Lesha.

Aquella noche, la guerra parecía una aventura: nos escondíamos de los drones rusos en la más absoluta oscuridad y escuchábamos el sonido de los Grad rusos, los lanzacohetes múltiples. Para mí, las noches de primavera de la región de Donetsk olerán siempre a los árboles de lila y cigarrillos. Por alguna razón, nos divertíamos mucho. Recordé el monólogo de Aquiles interpretado por Brad Pitt en la película Troya: "Los dioses nos envidian porque cada momento podría ser el último. Todo parece más hermoso porque estamos condenados".

Serhiy se burlaba de la forma en que su amigo hablaba con su prometida. "Siempre es muy macho con los chicos, pero con ella habla de otra forma 'mi cariño', 'mi sol', “claro que lo hago”, me decía. En todas estas bromas había casi amor fraternal. Dando otra calada, Lesha me contó lo asustado que se quedó cuando se dio cuenta, durante uno de los bombardeos, de que su amigo y otro compañero se habían quedado en el sótano. "Le dije al conductor: 'Vuelva enseguida o pare el coche, yo volveré caminando”. Estuvimos un rato en silencio, pero más tarde le pregunté a Lesha.

- ¿Por qué le llamas "padrino" a Serhiy? No tienes hijos, ¿verdad?

- Porque los que tienen familia e hijos tienen algo por lo que sobrevivir. Nosotros aún no tenemos ni familia ni hijos. Le dije: "Volverás y serás mi padrino. Cuando lleguemos a casa, bautizarás a mis hijos"

En las posiciones

"Respira, vamos, inspira y espira", me decía Serhiy, cogiéndome la mano. Me senté e intenté apretarme más contra el suelo de la trinchera. Aquí, ya fuera por el frío del sótano, por la repentina descarga de adrenalina en mi torrente sanguíneo o por la falta de sueño normal, no podía dejar de temblar y castañear los dientes.

Nuestro día empezaba a las cuatro de la madrugada: teníamos que llegar a la posición sin que nos vieran los drones rusos. Los soldados duermen poco: por eso, su dieta básicamente consiste en bebidas energéticas y nicotina. Pero aquel amanecer con vistas a la región de Donetsk mereció las horas de sueño sacrificadas, su belleza borró todos los miedos que había experimentado por la noche. En este lugar no había la monotonía gris de guerra, ni incendios, ni carreteras rotas. Todo era verde y estaba tan cerca del cielo.

La tranquilidad de la mañana se vio acentuada por las llamadas del Profesor a su amada Olga. Tomando un café en Konstantynivka, el día que cumplió 25 años, me dijo que no había planeado esta relación. "Mira qué guapa es", me decía señalando la pantalla tras pasar un rato buscando la mejor foto en su móvil. Olga trabajaba en la oficina de correos, donde los soldados siempre van a recibir paquetes de sus familias o pedidos por Internet. "La vi y le pedí su teléfono, pero se negó a darme su número. Imagínate cuántos soldados hay allí y todos piden un teléfono". La situación la salvó su comandante cuando acudió un día solo a Correos.

El profesor, con su Kalashnikov en la mano.
Olha Kosova

- ¿Cómo le va al soldado que siempre viene con usted?, preguntó la chica, muy preocupada al no ver a su admirador.

- Está en una misión peligrosa. Si quieres saber cómo está, dale el teléfono y que te lo cuente él, dijo el comandante de su unidad.

No tenía ninguna misión peligrosa, pero gracias a este pequeño truco el soldado consiguió el teléfono de la chica. "Me di cuenta de que era la indicada cuando fuimos juntos al supermercado y empezamos a criticar a la gente. Somos un poco misántropos", me dice El Profesor, a quien le brilla la cara al citar su nombre. Cuando quedarse en Konstantynivka comenzó a ser peligroso, El Profesor se llevó a Olga a su ciudad natal. Desde entonces, mantienen la relación por videollamadas y mensajes.

Sale el sol y vemos espesas nubes sobre Bajmut y la zona de Chasovyi Yar, que en realidad eran humo de las llegadas. 

Vivir o morir siempre es una cuestión de metros

La artillería no se detiene. Por segunda hora consecutiva, oímos muy de cerca el aterrador ruido sordo de los proyectiles que impactan en las posiciones enemigas. Al mismo tiempo, siguen las respuestas rusas con los Grad. Hace apenas 10 minutos estaba sentada en el sótano, pero allí abajo el eco amplifica estos sonidos. La cañonada se hace insoportable y el susurro de los ratones en las paredes se hace aún más molesto. Las paredes empiezan a oprimirme, parece que el polvo me impide respirar y, de repente, no tengo suficiente oxígeno. No recuerdo cómo corrí y cómo acabé en la trinchera.

El profesor, en un momento de tranquilidad lee en la trinchera.
Olha Kosova

- "No se lo contarás a nadie, ¿verdad?", pregunto secándome las lágrimas unos minutos después.

- "¿Qué? Eres una corresponsal de la guerra de puta madre", responde Sergiy, sonriente y un poco cansado. Al mismo tiempo, suelta mi mano y se sienta en el suelo, explicándome que el esfuerzo constante ha agravado sus antiguas lesiones deportivas y le duelen mucho las rodillas. Saca su teléfono para mostrarme un vídeo de su vida de combate. La mayor parte del tiempo, ahora realizan tareas de vigilancia, por lo que los días en sus posiciones suelen parecer monótonos.

En su pantalla aparece una foto de aquella por la que "volverá de esta guerra". Lleva la pulsera que Ella le regaló. No quise leer, y no me atreví a preguntar qué ponía en la pequeña placa de dedicatoria. Tenía la desagradable sensación de estar interfiriendo en algo íntimo, algo que no estaba destinado a miradas indiscretas. Sólo sé que estaba enfadado por alguna disputa y que ella rompió los billetes que él le había regalado.

Ya fuera por el interminable bombardeo o porque no había nadie más en la trinchera, de repente no estábamos de humor para bromas. Sergiy me cuenta que había ido a defender a su patria, no porque no tuviera más remedio, sino porque no podía hacer otra cosa; que mintió a su abuela diciéndole que estaba en la región de Kiev y que las explosiones eran del sistema de defensa aérea. "Cierras los ojos y sueñas, vuelan los instantes, y estás aquí otra vez", dice.

Sergiy, en las trincheras
Olha Kosova

Me cuenta historias sobre su otra abuela, que vive en Gorlivka, ahora ocupada por los rusos, con la que no habla porque no se posiciona del lado ucraniano en esta guerra. Es una situación obviamente traumática para él: habla de ello con mucha amargura y lágrimas en la voz. "Todavía no puedo entenderlo. es mi abuela. Ella me enseñó a doblar las cosas, a limpiar la casa...".

Le molesta la indiferencia ante el infierno de los ucranianos que se han ido al extranjero y siguen con su vida, mientras que aquí no hay nadie que les sustituya. Le duele la distancia que les separa de la vida pacífica y el sentimiento de haber sido olvidados. Me cuenta las ganas que tiene de volver a casa. Y habla del miedo, no al peligro de la guerra, sino del miedo de volver a un país donde nada cambiará, un país con sobornos y con policía corrupta.

El bombardeo va remitiendo poco a poco mientras el día se apaga.

- "¿Sabes a quién deberíamos presentarte? A nuestra abuelita", me dice Sergiy en el camino de vuelta. "La abuelita" resulta ser una lugareña que vive en una casa muy bonita de dos plantas con su marido y que le resulta muy cool para los soldados porque no rehúye “las palabras fuertes” y está dispuesta a dar un puñetazo a cualquiera que insulte a su abuelo. "Hijo, he estado soñando contigo", le dice a un Sergiy que ahora la visita con frecuencia junto a Lesha. "Le hemos ofrecido llevarla con nosotros a un lugar seguro, pero se niega", comentan. 

"La abuelita", la lugareña amiga de los soldados.
Olha Kosova

La mujer sale corriendo al patio, se echa a reír y les abraza como si fueran de la familia. En ese momento se oyen  fuertes disparos de artillería, pero nadie se da cuenta. Las caras de felicidad de los muchachos dejan claro que incluso los guerreros valientes e intrépidos necesitan amor y apoyo.

Menos mal que los soldados no son perfectos, y que los fuegos de la guerra no han podido quemar los sentimientos de amor, lealtad y amistad en estos frentes

El sol se despide de la tierra con sus últimos rayos mientras regresamos a casa por carreteras rotas en un vehículo de combate cuyos frenos apenas funcionan. A pesar de la fatiga, del agotamiento moral y de una terrible migraña, la sensación de calor y “de hogar” se extiende de repente por mis vasos sanguíneos. Menos mal que los soldados no son perfectos, y que los fuegos de esta guerra no han podido quemar los sentimientos de amor, lealtad y amistad en estos frentes.

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