Se ve cada vez más. Tarde o temprano, son muchos los municipios que hacen una inversión en unas letras gigantes con su propio nombre y las colocan en alguna calle o plaza importante. Nos fascinan esas letras enormes. Si ya nos gustaba hacernos fotos con carteles, ¿cómo no nos va a encantar posar como mamarrachos junto a unas letras de metro y medio que reproducen el nombre de la ciudad en la que estamos? Así todo el mundo entiende que nos hemos ido. Así tenemos algo que contar y que compartir.
Se produce la gran paradoja de que al reproducir su nombre, las ciudades no se singularizan, sino que dan un paso más hacia lo genérico. Las letras gigantes convierten a cualquier localidad en un sitio más, en una especie de franquicia de sí misma. El nombre propio, aquel que diferenciaba a las personas, animales o cosas, empieza en este caso a dar igual. Se ha convertido en un lugar en el que hacerse fotos.
Se produce la gran paradoja de que al reproducir su nombre, las ciudades no se singularizan, sino que dan un paso más hacia lo genérico.
Por supuesto, el tonto social queda saciado con este tipo de foto que queda perfecta en cualquier red. Lo singular, lo propio de cada ciudad o pueblo se va desvaneciendo y deja paso a centros comerciales en los que uno encuentra al malo conocido que, curiosamente, le da una gran seguridad y una cierta sensación de estar en casa. El aire acondicionado y la calefacción, como señala Koolhaas en La ciudad genérica, se convierten en materias primas fundamentales para la arquitectura contemporánea.
Hace ya un tiempo que todas las ciudades pugnan por ser la misma. Hay una idea superior que todos los políticos de cualquier signo siguen a rajatabla. Es complicado encontrar un ayuntamiento que apueste por la singularidad y por la identidad de su pueblo. En este contexto, la política municipal se va enfocando en una lucha de ideologías de andar por casa, en una repetición ridícula y fractal de lo que pasa en Madrid.
Hay una oportunidad de negocio interesante en este sentido: dedicar un espacio en una de esas fincas en las que se hacen celebraciones para poner letras gigantes con nombres de ciudades. El tonto social podría hacerse una foto -quizá sentado en la letra o- con un gran rótulo en el que se lea “London”, “New York” o “Roma”. Después de subirlo a las redes sociales, ya podría ir tranquilo a la playa de Salou, donde, por cierto, hay también unas letras enormes de colores delante del mar.
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