La indeseable lluvia deseada

Estábamos deseando desesperadamente la lluvia tradicional de mayo y las nubes no nos han defraudado. Sin esperar a que termine el mes han cumplido y se han puesto a descargar, pero más bien a la desesperada. Nunca llueve a gusto de todos, cuenta el dicho popular, y esta vez bien podríamos decir que la lluvia tan ansiada no cayó a gusto de casi nadie.

Es más, en muchos lugares acabó adquiriendo carácter de desastre, casi de tragedia. Si alguien lo duda, que pregunte a los vecinos de Cartagena, que por segunda vez en veinte meses han visto el agua convirtiendo las calles de la ciudad en verdaderos arroyos que amenazaban a las personas, destrozaban las viviendas y arrasaban a los coches.

No fue solo en Cartagena, por supuesto, donde la denominada DANA —un nombre de nueva planta al que habría que buscarle orígenes bíblicos para que cuaje en el diccionario— se cebó con la reivindicación de lluvia de la gente convertida en castigo. Prácticamente en todo el Levante, desde Cataluña hasta Almería, incluyendo de paso las Baleares, se convirtió en una pesadilla.

Los chaparones históricos, que lejos de aportar bienes proporcionaron males, también causaron problemas de diferente tipo en el resto de España. En Madrid sin ir más lejos, donde se repartieron por barrios, inundaron viviendas, derribaron humildes chabolas dejando a familias a la intemperie, derribaron árboles y trajeron de cabeza a los bomberos y demás servicios de seguridad.

Hasta hemos pasado miedo a ratos. Tampoco para el campo las lluvias han respondido a las necesidades apremiantes que requería paliar la sequía que estaba asolando las tierras, impidiendo los sembrados de primavera y destrozando las cosechas en una etapa crucial. Llovió, sí, de manera torrencial, propiciando arroyos que se la llevaron a raudales hacia los ríos y el mar, sin permitir que los suelos endurecidos la absorbiesen como se hacía tan necesario.