Decíamos ayer que la autocrítica no es un concepto que le interese demasiado a Pedro Sánchez. No hay tiempo que perder. Vamos con todo hacia la siguiente batalla. Sin embargo, algunos de los líderes regionales desbancados y muchos alcaldes con una gestión digna detrás fueron elegantes la pasada noche electoral y hablaron de autocrítica. Como parece que a algunos analistas y palmeros de Pedro Sánchez les cuesta entenderlo, vamos a refrescar un poco las ideas, sin entrar en detalles de gestión, que, por cierto, darían para un libro.
En el mundo de la política democrática existe un concepto esencial del que cuesta mucho escapar aunque te empeñes porque tiene que ver con el tiempo y el espacio. Se llama desgaste. Intentar que esto no suceda es complicado y, al final, acaba llegando. El desgaste es necesario y, a veces, resulta agradable para el votante. Supone una entrega, un sacrificio por una causa, algo que mereció la pena hacer y que se termina. Meter debajo de la alfombra la idea de ciclo político también parece un acto de ignorancia culpable.
Resulta que el sistema está bien pensado. Después del desgaste viene la alternancia, que, a veces, no hace gracia, pero te garantiza la vuelta dentro de unos años. Aparentar que esto no existe es un truco malo, que solo sirve para envalentonar a unos pocos amiguetes. Tampoco sirve del todo escandalizarse continuamente por lo que hacen los rivales políticos y fingir que el mundo sería mejor sin ellos. La convivencia es esencial y ellos no van a desaparecer por arte de magia.
No saber ir a buscar el voto a la otra orilla supone también una pérdida del patrimonio intelectual que muchos socialistas han sabido manejar a lo largo de la historia
No felicitar al rival, dar la cara tarde y por sorpresa, menospreciar por sistema al Consejo de Ministros, que nos representa a todos, utilizar a los compañeros como peones en tu propia partida de ajedrez, hablar del BOE como una extensión de tu voluntad y no pensar, ni por un momento, en dejar que sea otra persona la que ocupe tu puesto son también algunos argumentos que habría que revisar si hubiera tiempo.
Y, por supuesto, no intentar entender bajo ningún concepto qué pasa por la cabeza del rival político para establecer un diálogo que te ayude a explicarte y a discutir sus argumentos, no saber, ni por asomo, ir a buscar el voto a la otra orilla, supone también una pérdida del patrimonio intelectual que muchos socialistas han sabido manejar a lo largo de la historia y que ahora, por lo visto, ya ni se recuerda.
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