OPINIÓN

Jurados

Una mujer leyendo.
Una mujer leyendo.
EUROPA PRESS - Archivo
Una mujer leyendo.

El final de curso conlleva que estas son las últimas semanas en las que se fallan los premios literarios que aparecerán publicados en el otoño. Novela, novela corta, relatos, infantil, ensayo, toda esa extraordinaria riqueza que el lector a veces pasa por alto, pero que da la vida a los autores que escogen temas o géneros que por su naturaleza quedarán apartados de las mesas de novedades más rutilantes, los premios literarios limpios (pese a la mala fama que algunos arrastran, son los más) permiten una interesante cata de lo que se está escribiendo pero no aún publicando, de las nuevas tendencias y de las voces nuevas. Las apuestas. Los valientes.

Cuando eso se tuerce emergen obras en certámenes que deberían haber quedado desiertos, textos que se han leído infinitas veces o libros apresurados, estirados, mutilados para encajar en unas bases siempre sádicas, cada vez más cortantes: porque la picaresca es connatural a estas situaciones, y se descubre siempre a posteriori, sin que el ingenuo estafador repare en qué supone para un jurado, para un premio, para quien lo dota, para su propia carrera, el que captemos el plagio, la repetición, y, en nada, la inteligencia artificial desleída en la historia.

Los premios literarios limpios permiten una interesante cata de lo que se está escribiendo

Pero de todo eso en mi trayectoria ya larga de jurado (de secretaria he ascendido a portavoz y cada vez con mayor frecuencia a presidenta en muchos de ellos: dónde quedó la juventud) lo que más me descorazona es la insinuación, cada vez más frecuente, de alcaldes, consejeros, concejales o directores, surgidos de quién sabe dónde, porque antes nunca los vimos, que penan cuando un premio nacional no lo gana un autor local: cuando no pueden rentabilizar, y así lo anuncian, un presupuesto que creíamos para cultura, pero que resulta ser como todo, un retal más de campaña, un recordatorio del papel real que jugamos, de lo frágiles que somos, de que en este juego de egos y de competitividad lo peor no son, no somos los autores.

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