Internacional

Las vidas truncadas por la voladura de la presa de Kajovka: "No me echaron los bombardeos y no me echará ahora el agua"

Crónica desde el epicentro del rescate por la destrucción de la presa de Kajovka.
Olha Kosova

Una mujer de más de 70 años camina por la calle vestida con un albornoz color lila. Cada poco, suspira, mira al horizonte y se da la vuelta…

—Disculpe, ¿usted sabe si el agua sigue subiendo?

—No lo sé, contesto yo.

—Pensé que estaría más informada, al ser de prensa. Yo solo quiero volver a mi casa, aclara la señora, como si hubiera necesidad de dar explicaciones.

De pronto, se pone a llorar y se acurruca al otro lado del enorme charco que hundió la plaza Korabelne. De este punto, parten los barcos de rescate al microdistrito de Ostriv, la región de la ciudad de Jérson más inundada por el flujo del agua. Desde que volaron la presa de Kajovka, por aquí salen los grupos de rescate, desaparecen en el horizonte, y regresan llenos de gente, de jaulas con mascotas y unas pocas bolsas. Lo poco que han podido rescatar de sus hogares.

Por encima de la superficie se ven las partes de los techos marrones, los barquitos naranjas y los reflejos del sol en el agua. Podría ser una vista preciosa si no fuera por el hecho de que unos cuantos metros abajo se esconden las vidas y hogares destruidos. El dramatismo del momento se interrumpe con el solapamiento de las llegadas y las salidas que se producen a los dos lados del río Dnipro.

Un hombre del grupo de rescate se acerca y le contesta a la señora en un tono tranquilizante: "Ya no está aumentando tanto". La mujer se seca las lágrimas con la manga y se presenta. En una pequeña charla, explica que este invierno ha sido horrible: por culpa de los bombardeos le cortaron la luz y tuvo que abandonar su hogar. Cuando llegó la primavera, se encontraba feliz porque por fin pudo regresar a su casa natal. Hace una semana, se marchó de su hogar para pasar un tiempo con sus familiares porque se encontraba mal de salud. Desde este martes, sigue dando vueltas en medio del caos, midiendo la distancia con los pasos… Espera el momento en el que el flujo del agua se rinda para poder regresar.

De uno de los barquitos sale otra mujer, de nombre Tatiana, que también vive en el distrito de Ostriv. "Hemos sobrevivido a los bombardeos… Cada vez que escuchas una explosión, te da un pequeño susto. Pero esto… esto no se puede comparar con nada. Nunca abandonaría mi hogar pero es la primera vez que tengo miedo. De verdad". Mientras sigue con su monólogo un poco fragmentario, enseña dos jaulas con sus gatos. "¡Qué guapo!", le comenta la gente que se reunió a su alrededor para poder conocer su historia. El gato de color blanco tiene una mirada asustada. "Es su primer viaje fuera de la casa", explica la señora. E intenta secarle el pelo, totalmente mojado.

Los animales aquí se convierten en los protagonistas de la historia. "Claro, a vosotros os da igual, ¡como son perros!", comenta indignada otra mujer. "Se lo prometo, señora. Mañana a primera hora", le dicen los voluntarios. La mujer explica que fue evacuada de su casa el martes, tras la voladura de la presa de Kajovka. Pero le duele que a los perros callejeros a los que alimentaba se los dejaran allí. Ahora, con las correas en sus manos, está dispuesta a salir en uno de los barquitos o las máquinas de rescate para salvar a los animales. Al principio, al hombre del equipo se le ve muy estricto y cansado, pero en una hora aparecen los perros, mojados y asustados. La mujer los empieza a secar con las toallas.

Algunas historias no tienen ese final feliz… "No hemos podido hacer nada. La mujer era mayor, se resbaló o se asustó. Intentamos reanimarla pero no hemos conseguido nada", confiesa una de las médicas.

A pesar del enfado de la mujer, que pedía atención para los perros que vivían en los alrededores de su casa, en Jersón queda claro que a nadie le da igual la situación. No le da igual ni a Evgeniy Maloletka, un laureado fotógrafo que recibió el Premio Pulitzer por su cobertura del asedio en la acería de Mariupol y que, cargado con un chaleco antibalas y una cámara, ayuda a subir un bote al camión. No les da igual a los periodistas jóvenes que meten los animales en las jaulas y abrazan a las mujeres que están llorando… No le da igual a la mujer que reparte la comida y anima a los militares cansados que están participando en la evacuación. Ni a los que compraron los barquitos con su dinero y vinieron a rescatar a la gente.

A dos calles de allí, conozco a una mujer que se llama Oksana. A pesar de la situación, bromea: "No me echaron de mi hogar los bombardeos, no me va a echar ahora el agua". Un agua que se acercaba ayer peligrosamente a las puertas de su casa. Ante esta perspectiva, Oksana se ha construido un pequeño puente de piedras y ladrillos para no mojarse los pies.

"¿Sabes qué? Siempre quise tener una mansión con vistas al río. Ya lo dicen bien: ¡Cuidado con lo que deseas!".

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