Esta semana ha sido noticia una conductora que fue grabada intentando abandonar a un perro en Tenerife. El vídeo es tan breve como desolador y descorazona pensar que es muy probable que logre su empeño en algún otro lugar, menos transitado. Caldea en cambio el ánimo ver que la gente que lo presenció no miró hacia otro lado, porque acabar con la impunidad de los maltratadores es responsabilidad de todos. Yo soy de las que siempre busca el lado bueno de todo, es casi patológico; qué le voy a hacer si creo firmemente que ser optimista es la única manera inteligente de pisar este mundo. 

Pocos días antes, Fundación Affinity publicaba su informe anual sobre el abandono en España. Según sus cálculos, más de 288.000 perros y gatos (170.105 y 11.352 respectivamente) fueron recogidos por protectoras de animales en 2022. Una cifra muy inferior a la realidad del maltrato animal patrio, dado que los recogidos por particulares, los atropellados, muertos de hambre, sed y enfermedades o directamente asesinados por sus dueños, no computan. Una cifra, además, ligeramente superior a la del año anterior.

Cuesta mirar el futuro y verlo luminoso, la verdad. Pero es obligado al volver la vista atrás, al dar un buen paso atrás y coger perspectiva. Un ejemplo del cambio de sensibilidad, aunque podría dar muchos, lo encontramos en los programas electorales de los distintos partidos políticos.  En poco más de un mes tendremos una nueva cita con las urnas y prácticamente todos los contendientes incluirán promesas vinculadas a la protección animal, algo que era impensable hace no tanto tiempo. 

El amor por los animales es transversal, se encuentra en personas de todas las ideologías, y arrastra votos. Cada vez en mayor medida, pese a las confrontaciones entre la ciudad y lo rural, los fríos cálculos electorales y las polémicas baldías.