Borja Terán Periodista
OPINIÓN

¿La tele de siempre está agonizando? El cambio del televisor a la multipantalla

Mercedes Milá, durante 'Gran Hermano 1'
Mercedes Milá, durante 'Gran Hermano 1'
TELECINCO
Mercedes Milá, durante 'Gran Hermano 1'

¿La tele de siempre está agonizando? La realidad no dice exactamente lo mismo. Es evidente que la tele clásica ha perdido fuerza porque ya no está completamente sola y convive con plataformas de diversa índole, redes sociales incluidas. Pero los canales en abierto siguen siendo el medio que llega a más gente al mismo tiempo. Los acontecimientos de audiencias millonarias continúan pasando por la cadenas clásicas, que no es que asistan a un momento crucial de cambio: en realidad, la forma de relacionarnos con los contenidos televisivos no ha dejado de evolucionar desde la primera emisión de TVE, en el madrileño Paseo de la Habana.

Cuando se habla de momentos clave en la historia de la tele se suele nombrar la transición del blanco y negro al color, el fin del formato cuatro tercios en la pantalla, el salto a la digitalidad o la llegada de las plataformas. Siempre el continente suele catalogarse más que el contenido. Sin embargo, uno de los más trascendentales puntos de inflexión de la historia de la televisión fue con la incorporación de las narrativas del reality show.

Con la irrupción de Gran Hermano, la tele-realidad se hizo el formato rey de la tele y empezó a expandirse como un virus por la programación, contagiando de su dinámica a todo tipo de programas. Empezando por los magacines, que ya son un reality sin marcha atrás. Así Sálvame transformó a sus colaboradores en sus propias cobayas.

También los carruseles de infoshow, de Ana Rosa Quintana a Más vale tardeLa información se pasa por el filtro del espectáculo de reality, ya sea con el tratamiento emocional del apartado de sucesos o con el enfoque tenso de la política. Los guionistas del parlamento piensan haber constatado que la divulgación de la gestión no sirve de demasiado. Para atajar relevancia rápida, mejor acudir a la batalla de la pelea simplificada que alimenta la adrenalina de medios y redes sociales. 

Todo es reality, dentro y fuera de la tele. Porque la televisión en directo y su alargada influencia en el resto de plataformas audiovisuales (la tele ya no se ve sólo por la tele), ha evolucionado hacia el golpe de efecto constante como manera más rápida de enganchar a un espectador que cada vez tiene menos paciencia porque habita rodeado de estímulos. 

Y con las técnicas del reality, los programas se aseguran multitud de giros de guion, músicas sugestivas, rótulos rimbombantes, zooms que remueven la sensibilidad y otros vuelcos melodramáticos para que no decaiga la atención y nadie cambie de canal. Con la contraindicación que el sensacionalismo campa a sus anchas, en la mayoría de las veces disfrazado de periodismo, servicio público y otras milongas para sentirse mejor con uno mismo.

Un escenario de delirio colectivo en el que la intensidad ha arrasado con la profundidad. No hay demasiado tiempo para pensar. Los cebos de vintages de Aquí hay tomate ya se utilizan en todo tipo de géneros televisivos. Hasta en los documentales de National Geographic.

Pero la audiencia vive un hartazgo de la propagación del reality show en formato multipantalla. Quizá quede latente en septiembre, cuando Telecinco intente volver a Gran Hermano VIP. ¿Lo recibirá bien el público tras el parón o sentirá que es un viaje a un tiempo que ya no le pertenece? El reality de encierro ya no es novedad, pues protagonizamos nuestro propio reality en las redes sociales y ya hasta incluso hemos estado todos confinados por una pandemia.

El público está en otro punto y la tele no debe dejar de evolucionar con sus ojos, leyendo sus estados de ánimos, ilusiones y aspiraciones. No encerrarse en la nostalgia de calcar éxitos y terminar malogrando recuerdos. La sensibilidad social no para de avanzar. Sólo hay una realidad que nunca cambia: desde los inicios de la tele la audiencia se queda con la autoría que no repite trucos de otros. Al contrario, los hace suyos hasta transformarlos en únicos. De José María Íñigo a María Teresa Campos. De Mercedes Milá a Jorge Javier Vázquez. De Paloma Chamorro a Jordi Évole. Pero, para eso, las cadenas deben perder miedo a los autores, delante y detrás de las cámaras. Presentadores, realizadores, periodistas, directores artísticos... Y, da la sensación, que se les tiene desconfianza ahora. Porque son diferentes. Porque se salen del perfil pronosticable. Porque obligan al riesgo. Porque no son fotogénicos repetidores de tendencias. Porque son de verdad, como la propia audiencia. Y así la tele se ha homogeneizado tanto, y ha perdido a tantos.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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