Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Matrícula de honor raspada

Un espejo empañado muestra una realidad empañada.
Un espejo empañado muestra una realidad empañada.
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Un espejo empañado muestra una realidad empañada.

Tengo un amigo que  acaba de terminar tercero de Derecho y ha igualado a Pablo Iglesias Turrión en el número de matrículas. Compartimos un grupo de WhatsApp con un tercer amigo que es desde hace tiempo licenciado en la misma materia. Entre este otro y yo tutorizamos al estudiante y lo vamos guiando por la senda del bien. Cuando saca sobresalientes, lo llamamos al orden y le decimos que se centre, que deje los vicios y las distracciones y que estudie con mayor ahínco e interés.

Cualquier descuido puede ser nefasto y el sobresaliente puede caer a plomo, con la pesadez de una siesta veraniega durante una etapa llana del Tour de Francia, con su pálido y pretencioso color de película tropical de los primeros años dos mil. No hay que descuidarse ante la vulgaridad del sobresaliente. La matrícula que supone el empate a trece con el conocido director de Canal Red se logró por medio de un examen oral en el que hubo algún mínimo error. Un rato después de la prueba, con la calificación recién salida del horno, recibimos en nuestros teléfonos una breve crónica con el titular que da nombre a esta columna: Matrícula de honor raspada.

Los dos mentores sabemos que la situación no es normal. No conocíamos esta faceta del otro miembro del chat y nos divertimos explorando sus límites y jugando en un terreno extraño para nosotros. Sabemos que el mundo real no va por ahí y que un aprobado sencillo puede tener detrás mucho mérito y trabajo y, por supuesto, la misma dignidad. Sin embargo, muchas actitudes que podemos ver en la actualidad se parecen un poco a nuestra broma. Sin ir más lejos, hay muchos dirigentes políticos que se ponen a sí mismos matrícula de honor y se quedan tan anchos.

Ponerse buena nota en economía y repetirlo hasta la saciedad parece un ejercicio demasiado generoso de autoevaluación.

La autoevaluación es algo en lo que se insiste mucho en el segundo ciclo de infantil. Dicen los expertos que ayuda a los pequeños a implicarse en su propio aprendizaje. Lo que no parece razonable es que en la edad adulta y después de unas elecciones se confíe más en la autoevaluación que en mirar en el resultado de las urnas. Se utiliza la metáfora del tsunami para no ver la realidad: gente que mete la papeleta en un sobre y la deposita en una urna. 

Ponerse -como escuchamos estos días- buena nota en economía y repetirlo hasta la saciedad parece un ejercicio demasiado generoso de autoevaluación. La inflación, los tipos de interés, las colas del hambre, la pobreza energética desterrada del campo semántico, la carga impositiva, el precio de la gasolina, la cesta de la compra y la presión fiscal son algunos indicadores sencillos que dejan claro a cualquiera que lo mire con algo de objetividad que, aunque hay matices, la economía no está para echar tantos cohetes. Matrícula de honor holgada en autoengaño y en echar la culpa a otros. ¿Y en autocrítica? No presentado. 

Juan Luis Saldaña
Periodista y escritor

Colecciono coca colas falsas en lata y hago fotos a las bolsas de plástico en los árboles. He publicado libros de poemas y relatos. Mi última novela es "Hilo musical para una piscifactoría". Se llevó al cine bajo el título de "Miau". He sido redactor en prensa, presentador en tele y radio y ahora me piden que opine. Licenciado en derecho, MBA, máster en periodismo y doctor en comunicación e información. He tenido una agencia de marketing, alguna experiencia de éxito en comercio electrónico y doy clases en algún máster sobre esto.

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