Entramos en el decimosexto mes de un conflicto que sigue desarrollándose de forma cambiante. El análisis situacional, si procuramos prescindir de sesgos de confirmación o rechazo en favor de uno u otro contendiente, nos dice que la adopción de una actitud ofensiva por parte de Ucrania se inició el pasado 4 de junio, que hay al menos cuatro zonas distintas donde las acciones se desarrollan con más intensidad, que el número de bajas se ha incrementado notablemente, que hoy por hoy no hay definido ningún esfuerzo principal —Ucrania aún no ha comprometido al grueso de sus fuerzas en la contraofensiva— y que los resultados conocidos son discretos con modestas ganancias territoriales y con un notable incremento de acciones de fuego indirecto.
Por su parte, Rusia responde a la contraofensiva realizando una maniobra defensiva móvil, apoyada en sucesivas líneas fortificadas sobre la que va ejecutando acciones de desgaste, canalización, detención y contraataque limitado, empleando de forma más decidida la aviación en acciones de apoyo aéreo próximo y helicópteros de ataque. La artillería sigue siendo con su empleo en masa y acciones de precisión el elemento que más bajas está causando a ambos contendientes.
Desde hace un par de días, el ejército ucraniano está desarrollando una especie de pausa operacional, probablemente con la finalidad de reponer y reorganizar a sus unidades, evaluar de forma precisa la verdadera fortaleza de la organización rusa y valorar la futura aplicación del esfuerzo principal en la dirección más conveniente, esto es, aquella que con menos bajas, más potencia, más velocidad y con garantías de poder ser sostenida logísticamente alcance el objetivo operacional, que podría ser la zona de Melitópol y/o Mariúpol.
Rusia, es de suponer, estará muy atenta a las concentraciones de medios y apoyos del lado ucraniano, puesto que su disposición en frente y profundidad será uno de los indicadores de la posible dirección de esfuerzo. Para intentar contrarrestarlo creará nuevos obstáculos, orientará reservas, planeará fuegos y dispondrá de salidas aéreas para intentar detener la posible penetración y, posteriormente, intentará destruir el mayor número de unidades si ha conseguido que queden detenidas y bloqueadas.
Hasta aquí lo que se habrá practicado por los mandos y estados mayores de unos y otros en interminables "juegos de guerra" para intentar adivinar los probables planes y reacciones del adversario. Pero ya se sabe que no hay plan que aguante los diez primeros minutos de combate (Helmuth von Moltke), y sin embargo planear lo es todo (Eisenhower).
La improvisación es la antesala del caos, es voluntarista y quiere creer que lo que va a ocurrir es lo que se desea que ocurra. El voluntarismo es pensamiento mágico y produce muchas más bajas de las aceptables. Por el contrario, el posibilismo, como la realidad, es descarnado, frío y calculador y acepta la situación como el marco de lo posible, el terreno de juego donde hay que luchar por alcanzar todo lo que se pueda lograr, sin fiar a la suerte ni a la casualidad, sin esperar soluciones milagrosas.
El posibilismo es consciente del sacrificio necesario para alcanzar el objetivo que se persigue, fía en la preparación, el valor y el liderazgo para conducir a las unidades al combate y que hagan lo que saben, quieren y pueden hacer. El posibilismo es heroico en último término, cuando el sacrificio justifica un bien común y superior, jamás para satisfacer egos absurdos que nada alcanzan y que son más propios del voluntarismo estéril. Por eso la realidad se impone, y una guerra la gana quien hace un mejor ejercicio de precisión y posibilismo; debe ser discreto y perseverante, marcando objetivos definidos, decisivos, alcanzables y medibles.
Decía Julio César: "Facta, non verba". Hechos, no palabras.
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