Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Una milésima zen

Molinos de viento en Mota del Cuervo
Molinos de viento en Mota del Cuervo
ALEXANDRE AROCAS
Molinos de viento en Mota del Cuervo

El mundo se ha desquiciado y no hay forma de saber qué pasa, si es que pasa algo. También podría ser que esta algarabía fuera vana agitación, como esos remolinos que revuelven las hojas de repente.

Sea lo que sea, quizá siempre ha sido así –este no saber–. Quizá siempre ha sido difícil o imposible entender el mundo desde dentro, en medio de la acción o in media res. En ese caso si el presente es indescifrable más lo sería el pasado (si hubiera tiempo para recrearlo, tarea que emprenden los historiadores). Quizá hubo tiempo y lugar en los que apenas pasaba nada como, por ejemplo, los pueblos que describe Azorín en su Ruta del Quijote; leyendo esas llanuras infinitas y esos pueblos de tiempo detenido de 1905 el alma se sosiega tanto que casi perece.

También podría ocurrir que la actualidad se complique por acumulación de factores recientes que se embarullan, nos aprietan y nos meten prisas.

Uno sería el cambio climático, que ya está encima y a veces asusta; otro, la financiarización enloquecida y su insidioso fenómeno, la deuda (insidioso para el que debe, el acreedor la goza; pero quizá son menos los acreedores que los deudores, y el mundo lo gobiernan los primeros, que a veces se endeudan sólo por el placer de comprar más deuda y negociar mil veces con ella: estas operaciones reinventan nuevas complejidades); otro factor que quizá interviene en el surreal mundo velocísimo sería internet, las redes sociales y las majors que las monopolizan u oligopolizan, con grave quebranto para sectores que deben mutar cada día en pos de clientes y beneficios. Todo esto crea un estrés más grande que la serena quietud que describe Azorín en los pueblos de La Mancha.

Otros factores, que son consecuencia pero ya interactúan con los demás y son causa de nuevas trepidaciones, son las afecciones síquicas o biológico culturales de la especie humana, que estaría tratando de readaptarse a toda velocidad a un mundo, ya se ha dicho, que parece volverse más desquiciado e incomprensible cada día. Desde luego, comparado con aquella beatitud manchega cercana al coma, acaso distopía retroactiva, es otro mundo. Si tuviéramos que elegir… ¿Y si tuviéramos que elegir entre Las Hurdes que plasmó Luis Buñuel?

Estos factores de distorsión, por citar los más obvios, giran a la vez en el vórtice loco de la centrifugadora que devora los días, confunde las estaciones y marea a animales, plantas, humanos y virus…

Vivir es pagar las deudas, cobrarlas (intereses, dividendos, rentas), y contraer otras nuevas

Estos veloces factores cuecen el planeta en un sopicaldo inédito: todo es nuevo e incierto. Ya hay evidencias de la extinción acelerada de insectos, aunque no reconocemos su necesidad o nos da igual: es un asunto secundario entre tantos asuntos aplazables, pues lo urgente es vivir. Y, si se puede, claro, disfrutar. Vivir es pagar las deudas, cobrarlas (intereses, dividendos, rentas), y contraer otras nuevas.

Otra comparación imposible, otra época también española: la de las películas Plácido (1961) y El verdugo (1963), ambas de Luis García Berlanga. También había bastante agobio.

Quizá a esos factores obvios que son causa y consecuencia del desbarajuste se podría añadir el ingrediente que llevamos dentro, que hemos interiorizado: los microplásticos, que ya forman ya parte de la esencia de cada cual: seríamos cyborgs o seres ya bastante híbridos, tanto por los plásticos y otras sustancias como por los artilugios que, por gusto o por necesidad, nos metemos en el cuerpo. (Gusto, necesidad o un mix difícil –como todo– de delimitar: el ácido hialurónico, los implantes, los hilos de oro, los tornillos en las encías y toda la cirugía estética quizá sea más necesidad que gusto, –si es que a estas alturas se pueden diferenciar–, o una mezcla). ¿Cómo hemos podido vivir sin eso? También los tatuajes son, además de representación, materia (sustancia: la tinta, prescindible en lo digital, reaparece en la piel).

Los cuatro o cinco factores dan el mundo fugaz, incomprensible, volátil y sus derivados (derivados, swaps, subprime, jergas financieras para productos surrealistas diseñados para fabricar dinero de la nada, pura alquimia). La financiarización ha dado el poder a agentes que mueven dinero y se lo ha quitado a los gobiernos, cuya función básica es rescatar bancos o, cuando no quiebran, mantenerlos en marcha pagándoles por prestarles con intereses el dinero que los mismos gobiernos les dan a precio cero o más barato: los gobiernos y los organismos “independientes”. Es un sistema un poco perverso, pero nadie en su sano dividendo osaría cuestionarlo. Seguimos mejorando. La agitación y el frenesí nos mantienen en pleno fervor. Quizá antes –y mucho antes– tampoco entendíamos o entendían nada, pero quizá entonces se conformaban o se resignaban. Ahora hay prisa por entender, al menos, el minuto presente, que es ya el siguiente.

En fin, un poco de calma (una milésima zen). Como escribe Azorín en su Ruta del Quijote: “Es preciso salir a hacer lo que todo buen español hace desde hace siglos y siglos: tomar el sol.”

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