Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Cambiar de opinión y de promesas

Carlos Alsina y Pedro Sánchez en 'Más de uno'.
Carlos Alsina y Pedro Sánchez en 'Más de uno'.
ONDA CERO / TWITTER
Carlos Alsina y Pedro Sánchez en 'Más de uno'.

En sociología hay instituciones de hoja perenne y de hoja caduca, como sucede en botánica con las plantas. En las que caracterizan los regímenes dictatoriales, como eran en el franquismo el movimiento nacional o la organización sindical, se pudo observar cómo aquellas que más insistían en proclamar su condición de 'permanentes e inalterables' más en claro dejaban traslucir que estaban condenadas a extinguirse coincidiendo con la fecha en que lo hiciera el generalísimo, bajo cuyo amparo se habían originado. 

Pero volvamos al lunes, día 19 de junio y al programa Más de uno de Onda Cero. Allí comparecía Pedro Sánchez, quien, en respuesta a Carlos Alsina, interesado en saber por qué nos miente tanto, pasó a reconocer que había cambiado de opinión sobre algunas materias, como las referentes a Cataluña, al mismo tiempo que señalaba haberlo hecho buscando nuestro bien. Otra cosa es que, siendo nosotros pequeñitos y de pueril inteligencia, hayamos sido incapaces de apreciar el bien que se nos hacía en esta santa casa de Moncloa. 

Por otra parte, parece bien establecido que los cambios son inherentes a los seres vivos, del reino animal y vegetal, mientras que los del reino mineral permanecen inertes. Los cambios son conditio sine qua non para recuperar la sintonía con el medio ambiente alterado porque solo así hay garantías de mantener la supervivencia.

Desde el propio Partido Socialista alguna personalidad con relevancia política e institucional salió al día siguiente al paso para decir que se puede cambiar de opinión, pero que no se puede cambiar de promesas. Antes había recordado que la primera campaña política en que había participado a los dieciséis años fue la del "sí" a la OTAN, que precedió al referéndum convocado en torno a la permanencia de nuestro país en la Alianza Atlántica que se celebró el 12 de marzo de 1986. 

Ese recuerdo nos llevó a reconocer cómo todo lo que ayuda a ganar las elecciones tiende a convertirse en un inconveniente después de lograrlo. Así sucedió en las elecciones del 28 de octubre de 1982, donde tanto ayudó para ganarlas el OTAN, de entrada no y el OTAN, no; bases fuera, lemas que a partir del día siguiente se convirtieron en una pesadumbre.

Porque, instalado en Moncloa, Felipe González tuvo una perspectiva diferente, advirtió que los intereses de nuestro país iban en la dirección opuesta y que convenía la permanencia en la Alianza Atlántica. Esa percepción le llevó a invertir la posición de partida, a establecer el decálogo de defensa y seguridad, a buscar la más cuidadosa redacción de la papeleta del referéndum y a emplearse a fondo en la campaña por el "sí".

Como sostenía el socialista de cuyo nombre he decidido no acordarme, en aquella ocasión Felipe González también cambió de opinión, pero tuvo la honradez de someter ese cambio al referéndum de los electores para que fueran ellos quienes decidieran acompañarle o rehusaran hacerlo. Los cambios de opinión pueden ser respetables, pero su sinceridad se confirma cuando al menos alguna vez suceden en la dirección que contradice los intereses de quien ha cambiado. 

En definitiva, como concluyó en 1861 Max Müller de sus estudios evolucionistas, el lenguaje es nuestro Rubicón, que ninguna bestia se atreverá a cruzar. De ahí que la corrupción de la lengua sea la madre de todas las corrupciones y que, como nos advirtiera Arturo Soria y Espinosa, en la secuencia temporal primero se produzca el robo verbal y luego siga el robo en efectivo. Continuará.

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