Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

Hablar de la regla es un tabú

La situación en Afganistán implica que los habitantes se convierten en refugiados que se alejan de sus casas, como esta niña. ((Farahnaz Karimy/EFE)
Imagen de archivo de una niña en Afganistán.
Farahnaz Karimy/EFE
La situación en Afganistán implica que los habitantes se convierten en refugiados que se alejan de sus casas, como esta niña. ((Farahnaz Karimy/EFE)

Hablar de la regla es un tabú, nadie dice una palabra sobre el tema, tienen vergüenza. Aunque en los últimos años en Afganistán estaba cambiando la mentalidad de muchos, las niñas afganas siempre han crecido con muchas dificultades, sin tener información sobre su físico y su crecimiento, sobre los cambios de su cuerpo.  

Cuando yo empecé a tener la regla con catorce años, no sabía nada, tenía mucho miedo y lloré. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué estaba sangrando? No podía pedir ayuda a nadie. Intenté hablar con mi madre, pero me pudo la vergüenza y la posibilidad de que se lo dijera a mi padre. No podía aceptar ese riesgo y decidí que tenía que guardarlo en mi corazón, arreglarlo yo. ¿Cómo puedo ir a una farmacia y comprar una compresa? ¿Cómo atreverme a comprar unas bragas? Solo pensarlo era una pesadilla. 

Con mucho temor, encontré unas bragas para ponerme, pero seguía faltándome una compresa. Había telas por casa, pero dudaba si usarlas, que pasaría si mi madre se enteraba. Seguía llorando, con mucho dolor en la parte baja de mi espalda; finalmente cogí la tela que mi madre empleaba con mi hermano de menos de un año y la usé como compresa. Luego la lavé y la planché. 

Fueron unos días muy difíciles, con el dolor y la tensión. Una pesadilla que aún recuerdo; una de esas malas experiencias de mi vida. Aunque sea algo normal, natural, cada mes suponía para mí ansiedad, angustia, depresión y dolor, lavando los paños a escondidas porque no quería que mi familia supiera que estaba menstruando.  Los secaba en el trastero que teníamos en el sótano; era muy oscuro y nadie entraba allí. Un sitio aterrador, como de película de miedo, al que acudía por las noches, asustada por si alguien me veía.

Fue muy duro tener que esconder a todos que tenía un ciclo menstrual. Tuve que rezar, pese a que las mujeres no podemos hacerlo cuando estamos menstruando. En realidad actuaba como si rezara, para que mi padre no supiera que estaba con la regla. A veces lloraba por mentir a mi padre, por fingir que oraba, pero no tenía otra opción si quería ocultarlo. 

Cuando empezó el Ramadán también me vi obligada a hacerlo para mantener mi secreto, porque tampoco podemos durante el periodo. Pasaba todo el día con hambre para que mi familia no lo supiera o comía escondida, en la cocina, cuando mis hermanos iban a la escuela y mi padre aún dormía. Un día que estaba en el cocina comiendo, mi hermano entró y me acusó de no estar cumpliéndolo, amenazando con contárselo a nuestro padre. Yo me quedé congelada le supliqué que no lo hiciera, que no lo repetiría, y, finalmente, él aceptó no decir nada.

Ducharme también era complicado. Lo hacía a escondidas, cuando nadie estaba en casa, pasando mucho miedo. Estuve así ocho meses hasta que un día mi hermana, que se había dado cuenta, le contó a mi madre que "Khadija ya tenía la regla". Yo estaba con la cara blanquita de miedo.   

Nadie nos había contado los cambios biológicos que los chicos y chicas experimentamos, que tenemos derecho a tener información sobre nuestro cuerpo. En los colegios no nos enseñaban nada, tampoco nos hablaban de las relaciones sexuales. 

Yo no he sido ni la primera ni la última mujer en pasar por ello. Me he entrevistado con varias mujeres de diferentes edades y todas han tenido malas experiencias con su primera menstruación. 

Un amiga mía me contó que cuando empezó con la regla fue a casa del vecino llorando porque alguien la había violado. Todos se lamentaron hasta que la nuera de la familia, que era una mujer muy lista, dijo a todos que esperasen, la tomó de la mano y la llevó a su habitación. "¿Quién es el chico que te ha hecho eso?", ahí ella contó que no había conocido a ningún chico, que cuando se despertó por la mañana la ropa estaba llena de sangre. Aquella señora le explicó que no se preocupara, que no llorase, que es algo que le pasa a todas las niñas y mujeres y que se lo contara a su madre. "¿No se enfadará mi madre?", preguntó mi amiga. "¿Por qué iba a enojarse? Es algo natural".

Niloufer tenía apenas nueve años cuando empezó con la regla; fue al baño y al ver la ropa cubierta de sangre empecé a llorar  aterrorizada. Acudió a su hermana mayor, que la besó en la cabeza diciendo que no se preocupara, que es algo que pasaba a las niñas cuando crecen. Se abrazaron y le dio compresas, pero no se sentía capaz de enfrentarse a su madre y rogó que no dijera nada. Estuvo tres días en casa de su tía y, cuando regresó, toda su familia estaba informada. Su madre y su padre la besaron diciendo que no había nada de lo que preocuparse. 

¡Qué dura es nuestra juventud! Viviendo sin sentirnos vivas.

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