Aseguran los expertos que este verano va a ser el más tórrido, pero también el más caro de nuestra historia. Aviones, coches de alquiler, hoteles y restaurantes, incluso pisos turísticos, van a ser al menos un 10% más caros que hace un año. Pero nos da lo mismo. También va a ser el verano del llenazo global. Porque salir de vacaciones se ha convertido en un derecho irrenunciable. Es el último coletazo de la pandemia, una pulsión irrefrenable por dejar lejos los balcones y abrirnos al mundo.

Nuestras prioridades han cambiado; necesitamos salir fuera, explorar, conocer. Y desconectar de tanto trabajo esclavo, asfixiante. Aunque solo sea por unos días, nadie quiere quedarse en casa. Vamos a batir todos los récords de movilidad estival, de eso no hay duda. Aunque pensando en lugares exóticos, muchos se olvidarán del mejor destino posible: el pueblo.

Benditos pueblos. Ahí están sus vecinos. Héroes y heroínas del paisaje aferrados a un territorio excepcional que en absoluto está vacío, está muy vivo y nos espera con todo preparado hasta el último detalle. Casas rurales decoradas con amor infinito, pequeños mesones donde saborear viejas recetas, ese bar que a la primera cerveza el forastero deja de serlo, los quesos artesanos del ganadero, los embutidos del carnicero, el vino honesto de la bodega local, tomates de la huerta que por fin saben a tomates o ese suave olor a pan de la tahona que todas las mañanas nos despierta como si fuera una caricia. 

¿Puede haber mejor plan de vacaciones? No lo dudes. Apuesta este verano por lo rural, lo cercano, lo sostenible, lo disfrutón. Porque no hay nada más grande que compartir pequeños mundos tranquilos donde una sonrisa vale más que dar dos vueltas al mundo.