Dice el dicho que el ciego siempre le echa la culpa al empedrado. De igual manera, ante un mal resultado electoral, los partidos políticos suelen esquivar su responsabilidad citando razones externas para evitar la autocrítica. Entre ellas se señala frecuentemente a un hombre cuyo legado organiza los sistemas políticos de medio mundo, y a pesar de ello ve su nombre manchado periódicamente por el desprecio y la

crítica desmedida. En cuanto a elecciones se refiere, el empedrado se apellida D’Hondt.

El jurista belga Víctor d’Hondt ideó hace casi 150 años una fórmula matemática, mal llamada ley, que se emplea en España y en muchas otras democracias consolidadas para adjudicar escaños en las cámaras legislativas a los distintos partidos políticos en función de los votos recibidos. A ese modo de cálculo se achaca muchas veces disparidades entre ellos. Sin embargo, lo cierto es que el papel que juega la fórmula

D’Hondt en esa desviación es mucho menor de lo que se intenta hacer creer, y las limitaciones de nuestro sistema electoral hay que buscarlas en otra parte.

Es verdad que existen otras fórmulas más proporcionales, que presentan un sesgo menor y garantizan que un mayor número de votantes vea sus preferencias electorales mejor reflejadas en la composición de las cámaras. También es cierto que los cocientes que usa D’Hondt para asignar escaños exigen a las pequeñas fuerzas obtener al menos la

mitad de los votos que los grandes partidos, favoreciendo ligeramente a los más votados. Sin embargo, ese efecto mayoritario no está siempre presente, y no siempre en la misma dimensión.

En realidad, la culpa no es de D’Hondt y de su fórmula, sino de Palencia. Y de Soria. De Ourense y Guadalajara. Y es que lo que provoca las disparidades por las que se culpa al pobre D’Hondt es el tamaño de la circunscripción electoral en España, fijada en cada provincia por el artículo 68 de la Constitución. De hecho, el problema viene dado por una sobrerrepresentación de las provincias interiores y rurales, que reparten

más escaños proporcionalmente que las urbanas, mucho más pobladas. Es esa la razón por la que conseguir un escaño en Segovia cuesta miles de votos menos que en Valencia, y los terceros partidos tienen muy difícil entrar en el reparto.

En las provincias que reparten más escaños, con Madrid como ejemplo

paradigmático, la fórmula D’Hondt es casi perfectamente proporcional: un 15% de los votos ofrece alrededor de un 15% de los escaños, cinco. Es en combinación con las distorsiones derivadas de la escasez de puestos a repartir donde la barrera electoral del 3% impuesta por la LOREG sube a un umbral efectivo de un 7% de media para obtener representación. Por ello, en una provincia de tres escaños como Palencia, la lista más

votada se llevará el primero y la segunda fuerza hará lo propio con el segundo escaño, pero el tercer partido solo entrará si no es doblado en votos por los anteriores.

Esta situación sí apunta a que la fórmula D’Hondt será más y más problemática: en el contexto electoral actual, parece más probable que existan opciones que se queden atrapadas en esa horquilla entre el segundo y el tercer puesto, haciendo que pueda darse una situación en la que dos fuerzas como Sumar y Vox obtengan alrededor de un 13%

de los votos y ambas se queden sin representación en provincias pequeñas de tres o cuatro escaños.

Es en esta clave como hay que leer las apelaciones al "voto útil": elegir

estratégicamente una u otra opción dentro de cada bloque ideológico puede maximizar las oportunidades de que el partido minoritario (Vox o Sumar) consigan representación o de que el mayoritario (PSOE o PP) consiga doblar a la tercera opción y quedarse con un escaño en liza. Todo depende del tamaño de la provincia. Es por ello por lo que el 23

de julio no se celebra una sola convocatoria electoral, sino 52: tantas como circunscripciones existen. Pase lo que pase, lo único seguro es que Victor d’Hondt se llevará la culpa, la tenga o no.