Kiev llora en el adiós a una de sus grandes promesas literarias: "Están matando nuestra identidad cultural"

Una mujer ucraniana presenta sus respetos ante el féretro de Amelina, este martes, en Kiev
Una mujer ucraniana presenta sus respetos ante el féretro de Amelina, este martes, en Kiev
Jae C. Hong / Lapresse
Una mujer ucraniana presenta sus respetos ante el féretro de Amelina, este martes, en Kiev

La feria del libro de Kiev siempre ha sido uno de los eventos más queridos no solo entre las elites intelectuales de la capital sino también entre el público general que está alejado de las materias altas y el mundo de las musas. Los libros, las charlas profundas, un buen café, las cervezas, los cócteles, la comida callejera son los atributos del evento que tiene lugar en laberintos enormes del centro cultural.

Este año, se organizó bajo el lema 'Verano, cuando a pesar de todo, el libro importa'. Allí, hace poco más de una semana, una chica con un pelo rubio rebelde recitaba versos tristes en el escenario en el patio del centro. Sería por el mojito bien cargado, o por el peso de verdad de sus palabras, pero a algunos asistentes se les notó muy afectados y conmovidos. Con un par de párrafos poéticos, Victoria Amelina, invitó a los presentes a este "a pesar de todo".

  • Las cifras de las pérdidas de nuestro ejército están clasificadas
    No habrá datos hasta el final de la guerra.
    Habrá un vecino, el marido de una chica rara
    que plantó flores rojas
    Un amigo que no avisó a nadie
    El profesor al que tanto queríamos
    La chica que molestaba a todos
    El pintor que siempre gustó a todos
    pero parecía amar a esa chica
    En nombre de los secretos de Estado
    Juro que no contaré los muertos
    No contaré hasta el final de la guerra
    (En realidad, empecé... y perdí la cuenta).

Durante la feria Victoria leyó su poesía, abrazó a sus amigos escritores, participó en la charla con el escritor Héctor Abad Faciolince, Sergio Jaramillo y la periodista Catalina Gómez, dedicada al acercamiento de Ucrania y América Latina, habló sobre sus viajes, proyectos literarios y sobre la guerra… Siete días después, el cruel destino mató a Victoria Amelina. La llegada de Kramatorsk fue suya, un cohete acabó con su vida y su trabajo. Cinco minutos antes, bebía un zumo y esperaba una pizza cuatro quesos sentada en una de las mesas de la terraza cubierta.

En su funeral volví a recordar los versos que escuché un par de horas después de conocerla, y en esa despedida pensé que sus versos no se trataban solo de las bajas militares. Bajo el calor inaguantable del sol veraniego se reunieron los periodistas, los literatos y los activistas cívicos, cerca de la Catedral de las Cúpulas Doradas de Kiev, para dar el penúltimo adiós a la escritora ucraniana de apenas 37 años, antes de que se organice otra despedida en su ciudad natal de Leópolis.

En la sombra de un árbol se encontraba Svitlana Povaliayeva, una mujer rubia de 50 años, con los ojos llenos de lágrimas, que según las palabras de su amiga Amelina, antes de la guerra tenía dos hijos… y ahora se ha quedado con solo uno. En su bolso lleva escrita la cita de su hijo fallecido, Roman Ratushnyi: "Cuantos más rusos matemos ahora, menos tendrán que matar nuestros hijos". Esa frase, bloqueada en Twitter por incitación al odio, es comprensible para sus compatriotas. Se refiere a los siglos de genocidio contra los ucranianos y la idea de que la guerra por la independencia de Ucrania tiene que acabar con esa generación. Roman fue a luchar por su país y murió por él.

"¿Qué tienen que saber sobre Victoria? Lo más importante para ella fue recopilar los crímenes de guerra cometidos por los rusos. Por eso, iba a las zonas del frente, pueblos destruidos por los rusos. Fue una mujer valiente y honesta estaba filtrando dentro todo este dolor", comenta Svitlana, tras tranquilizarse un poco. Y añade: "Es que no nos están matando por el territorio, están matando nuestra identidad cultural. Eso quiso mostrar Victoria".

Fotografía de archivo de la escritora ucraniana Victoria Amelina, víctima de un bombardeo ruso en Kramatorsk
Fotografía de archivo de la escritora ucraniana Victoria Amelina, víctima de un bombardeo ruso en Kramatorsk
EFE / Victoria Amelina

A unos metros de Svitlana, la editora jefa del periódico Ukrainska Pravda, Sevgil Musayeva, escondida detrás de unas enormes gafas de sol, daba instrucciones a sus periodistas. En uno de sus discursos, mencionaba a su amigo Brent Renau, documentalista americano asesinado por los rusos en Irpin el año pasado.

La parte más impactante de este discurso fue la dedicada a la elección de la ropa de su amigo Renau para su funeral. "Elegí una camiseta marrón, unos pantalones marrones y unos calcetines a juego. Y luego encontré una camiseta abrigada en el fondo de una bolsa. Decidí que estaría más abrigado con la camiseta", confesaba Sevgil. Y de repente pensó: "Oh, Dios, qué más dará, voy a llevar estas cosas a la morgue".

Recuerdo la foto en blanco y negro de mi compañero de los primeros cursos del colegio, Denys Bajabayev, fallecido en la región de Donetsk. Había perdido el contacto con él hace años. Pero me enteré de su muerte por un triste aviso en Facebook. Luego vi la noticia también en una página de un compañero de universidad. Ni siquiera sabía que se conocían. En aquel momento pensé que ahora el país parece tan pequeño, y está unido por unas líneas invisibles de luto que nos atan.

En un país en guerra las relaciones con la muerte son más cercanas. Los soldados que apenas han cumplido los veinte años escriben testamentos y hacen bromas sobre funerales. En Facebook una médica de 25 años de Bajmut pide consejo sobre cómo hacerlo y, lo más sorprendente, recibe decenas de comentarios de compañeros que ya han escrito el suyo.

Uno de los profesores de la facultad de relaciones internacionales, Denys, nos contó hace una semana una historia sobre el funeral de un amigo fallecido: antes de su muerte, acordó con otro amigo soldado que el  primero que muriera debería elegir la camiseta que luciría en el féretro su compañero. En esa charla, recordando el ataque ruso contra la prensa que me sorprendió haciendo un reportaje en el frente, mi amigo prometió no permitir que nadie lleve claveles a mi funeral. "Solo rosas negras y col decorativa", dijo, entre risas amargas.

El ataúd de Victoria estaba cerrado y cubierto con la bandera azul y amarilla. La ceremonia fue bastante corta y no demasiado concurrida, y estuvo acompañada de los sonidos prolongados de la trembita. El último canto de este instrumento de viento, habitual entre el pueblo montañés ucraniano de los gutsules, parecían aullidos. A pesar de la presencia de la prensa, la despedida fue íntima, como la poesía de la Victoria, de discursos largos y sin representantes del gobierno.

Victoria no estuvo combatiendo, tuvo un futuro brillante por detrás y una beca que la esperaba en París. Deja a un hijo de 11 años, sus textos publicados y trabajo sin acabar. Victoria tenía mucha razón en su poema. En su funeral estaban los que anteriormente perdieron ya a sus amigos, vecinos, compañeros de clase, y que engrosaron las estadísticas de muertes de esta guerra. Y ahora todos hemos perdido a Victoria.

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