Perfil

Pedro Sánchez, del manual de resistencia a la búsqueda de una remontada épica

Ilustración de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y candidato del PSOE a la reelección.
Ilustración de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y candidato del PSOE a la reelección.
Henar de Pedro
Ilustración de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y candidato del PSOE a la reelección.

Una frase resonaba en Ferraz, sede del PSOE, la fecha en la que el presidente del Gobierno comunicó el adelanto de las elecciones, el pasado 29 de mayo, tras el mal resultado de las autonómicas y municipales. "Es ganar o morir", decían varios de sus colaboradores, quizá sin saber que esa alocución resume a la perfección la carrera de Pedro Sánchez (Madrid, 29 de febrero de 1972). El secretario general socialista ha basado su vida política en una carrera hacia adelante que le ha hecho marcar hitos históricos y ganar pulsos que parecían imposibles, como una moción de censura. De nuevo, ahora se enfrenta a un reto muy complejo, por no decir imposible: unas elecciones en las que ninguna encuestadora -salvo el CIS- le da posibilidad de salvarse. De nuevo, el presidente quiere tirar manual de resistencia.

Pero volvamos al principio, cuando Sánchez no tenía -o no tanto- lo que ahora es su principal baza: relato. Sí tuvo, no obstante, diferentes golpes de suerte. Ya en los 2000 fue delegado en el congreso del PSOE que eligió a José Luis Rodríguez Zapatero, hoy su aliado más fiel y uno de los mejores defensores de la gestión de la coalición, como secretario general del PSOE. Sin embargo, no fue hasta 2004 cuando tuvo su primer cargo público. En las elecciones municipales de un año antes, Sánchez no había logrado ser concejal. Fue la renuncia de Elena Arnedo la que le aupó a Cibeles. Antes, había vivido en Estados Unidos y en Bruselas, donde mejoró un inglés que en Moncloa le ha valido para diferenciarse de sus antecesores y labrarse un perfil internacional que a día de hoy es una de sus fortalezas. Sin ir más lejos, también es el secretario general de la Internacional Socialista.

De igual manera ocurrió en 2009 y 2011: el actual presidente no logró escaño en el Congreso de los Diputados, pero consiguió el escaño por las renuncias de Pedro Solbes, primero, y Cristina Narbona, después. A esta última la hizo presidenta del partido, en un gesto que también define su forma de hacer política: rodeado de los que conoció anteriormente y rehabilitando a los que alguna vez le fallaron.

En la Cámara Baja se le conocía por su actividad legislativa, pero para Sánchez la oportunidad llegó a comienzos de 2014. Alfredo Pérez Rubalcaba, sucesor de Zapatero, ya sufrió un duro varapalo en las generales -por poner en contexto, el PSOE sacó 110 y hoy las encuestas le otorgan entre 100 y 120, los que tiene en la actualidad- que se habían celebrado antes, en las que Mariano Rajoy logró la mayoría absoluta. Sin embargo, no fue hasta la derrota en las europeas cuando el otrora ministro del Interior oficializó su decisión de dar un paso al lado. Y Sánchez, de darlo al frente.

Se lo comunicó así en una comida a tres periodistas que recordó hace pocas semanas El Periódico de España. En enero de 2014, Colpisa ya contaba las intenciones del jefe del Ejecutivo. Se las comunicó "nada más sentarse en la mesa". "Sonaba a fanfarronada", recuerda uno de los periodistas presentes en aquella cita. De nuevo, la audacia o la inconsciencia, según a quién se pregunte, de Sánchez. Y, de nuevo, un triunfo: seis meses después era secretario general de los socialistas, aupado entonces por una Susana Díaz que años después se convertiría en su némesis política. También en quien le hizo ser quien es hoy.

No fue una primera etapa fácil para Sánchez al frente de la formación. Los que le auparon le pidieron obedecer. No acató. Desde el primer momento marcó autonomía y perfil propio participando en programas como 'Sálvame', 'El Hormiguero', 'Viajando con Chester' o 'Planeta Calleja'. No le valieron para ganar popularidad y cosechó unos resultados electorales aún peores que los de su antecesor, toda vez que a su izquierda ya competía un Podemos fuerte con un Pablo Iglesias que acababa de irrumpir en el panorama mediático. Hoy, sin embargo, Iglesias está fuera de la política institucional y Sánchez sigue ahí.

Eso sí, esos 90 escaños no frenaron sus intenciones. Trató de ser presidente del Gobierno, toda vez que Rajoy declinó el ofrecimiento del rey Felipe VI. Llegó entonces el 'pacto del abrazo' que firmó con Albert Rivera (Ciudadanos), pero terminó convirtiéndose en el primer diputado que fracasaba en una investidura. Llegó la repetición electoral. En 2016, los españoles volvieron a las urnas y le castigaron aún más. Si Rajoy pasó de 123 a 137 escaños, él lo hizo de 90 a 85.

Rivera entonces viró y pactó con el expresidente popular, pero seguía siendo insuficiente. Los focos se giraron a Sánchez, que hizo suyo el "no es no". Un 'no' que se volvió en su contra y que terminó siendo lo que le dijo a él la mitad de su Ejecutiva Federal. Esa negativa se tornó en un Comité Federal fatídico, que finalizó con el secretario general dimitiendo y el PSOE absteniéndose para dejar gobernar a Rajoy. Personas cercanas a Sánchez recuerdan aquel escenario para justificar su negativa a repetir esa abstención, si es que fuera necesaria, ahora con Alberto Núñez Feijóo. "El partido se nos rompió en dos y ellos en 2019 ni se lo plantearon", aducen. Porque Sánchez logró darle la vuelta a la realidad.

El presidente, entonces ya sin escaño, decidió recorrer España con su Peugeot 507 para disputarle las primarias, esta vez sí, a Susana Díaz. Patxi López, hoy su portavoz parlamentario, era el tercero en discordia. Así es como se gestó el último Sánchez: el de la militancia, el que iba contra el aparato de su partido. Aquella batalla interna se saldó con una victoria del jefe del Ejecutivo del 50% de los votos. Una vez reconquistado el liderazgo del PSOE, le costó poco tiempo llegar a la Moncloa. Lo hizo, además, de forma inédita. Con la audacia o la inconsciencia -otra vez, según a quién se pregunte- que le caracteriza.

Nada más conocerse la sentencia del caso Gürtel, Sánchez presentó una moción de censura, un instrumento constitucional que no había triunfado nunca antes. Esto tampoco frenó al presidente, que logró la mayoría absoluta necesaria, dejando a Unidas Podemos fuera del Gobierno. Su primer Ejecutivo duró poco. Nada más tumbarle los Presupuestos el Congreso, convocó elecciones. Ganó, pero no pudo formar gobierno. Se repitieron las elecciones. Y, entonces sí, selló el otro pacto del abrazo. Esta vez, con Pablo Iglesias, al que puso de vicepresidente segundo.

Nada más conformarse el gobierno de coalición, el primero de la reciente etapa democrática, llegó la pandemia. Y después el volcán. Y la guerra de Ucrania, como recuerda Sánchez en cada intervención que puede. Sin embargo, el Gobierno ha logrado sacar adelante más de 200 leyes con votos de formaciones que hasta hace años eran impensables -incluso para el propio Sánchez-, como ERC -partido del que eran miembros algunos de los líderes del procés que Sánchez indultó- o EH Bildu. De hecho, esta ha sido una de las causas del desgaste del presidente, que ahora se defiende asegurando que ha buscado votos "debajo de las piedras".

Con estas cartas se presenta a la reelección, otra montaña que subir. Otro iceberg a conquistar. Porque las encuestas otorgan a Feijóo, su oponente, hasta 150 escaños. En juego está que este sea el último capítulo del manual de resistencia particular de Sánchez, cuyo título podría ser: "O ganar o morir".

Mostrar comentarios

Códigos Descuento