Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

Fresquíbiris

Un termómetro situado en el Prado marca 51 grados durante la primera ola de calor en Sevilla.
Un termómetro de Sevilla marca 51 grados en plena ola de calor.
EP
Un termómetro situado en el Prado marca 51 grados durante la primera ola de calor en Sevilla.

Aguardar tanda en una peluquería ilustra al más pintado. Oigo como Ricard, un jubilado de aspecto bonachón, le explica al barbero su sistema para sortear los efectos indeseables de la ola de calor. Cuenta el hombre que él, dotado de teléfono móvil y lectura, se instala en la parte trasera de un autobús climatizado que circula horizontalmente de un extremo a otro de la ciudad.

Afirma que no le importa repetir el trayecto varias veces al día, que le distrae el paisaje y que le agobia estar encerrado en casa o en un centro comercial. Los episodios de calor extremo son cada vez más frecuentes.

El mundo sufre las consecuencias del cambio climático y las grandes ciudades devienen ‘islas de calor’ con efectos perniciosos para la salud y el bienestar de sus habitantes. A nivel particular muchos ciudadanos, como Ricard, toman las medidas que consideran oportunas para garantizar su confort; cierto, pero no está de más que las administraciones multipliquen sus iniciativas al respecto.

Esas iniciativas tienen un nombre: refugio climático. Unos espacios concebidos como ámbitos en los que, tanto en invierno como en verano, las personas vulnerables pueden protegerse de los rigores del clima.

Los equipamientos habilitados como refugios son centros cívicos, bibliotecas, polideportivos, centros de mayores y algunos parques y jardines. Ahora bien, me pregunto cuantas personas, como Ricard, están informadas de que en su ciudad se les ofrece, de forma gratuita, una operación ‘fresquíbiris’.

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