Hace unos días, el expresidente del Gobierno, José María Aznar, dejó claro que el Partido Popular no dudaría en volver a la austeridad, "aunque eso signifique volver a pasar apuros", si les dan los números para formar gobierno tras las próximas elecciones del 23 de julio. Una "austeridad" que regirá lo público desde la mano dura contra las clases medias y populares y, para eso, Alberto Núñez Feijóo necesitará aliados que compartan su agenda de austeridad y recortes para los de siempre: y eso es Vox.

Porque todas las encuestas dejan claro que el único Gobierno de derechas posible es la mezcla de verde y azul que añora los tiempos del blanco y negro. Ese gobierno que quiere volver a hacernos creer que "vivimos por encima de nuestras posibilidades" y que suele ir de la mano de precariedad laboral y recortes salariales. Una España que decía hacer todo por la patria, pero que demostró que cuando tuvo oportunidad de hacerlo, lo hizo contra sus compatriotas, contra sus gentes.

Y es que no tenemos más que echar la vista atrás hace poco más de diez años para identificar perfectamente lo que quiere decir Aznar con las palabras austeridad y apuros. Lo sabemos muy bien quienes llevamos años trabajando para que se cumpla la Constitución y la vivienda sea un derecho. Y lo que significan esos "apuros" y esa "austeridad" son desahucios. 

Basta recordar la gestión de la crisis de 2008 cuando se realizaba una ejecución hipotecaria cada 12 minutos, que implicaba que una familia se quedara sin casa condenada a una deuda perpetua. Y eso sucedía como consecuencia de la misma receta que el Partido Popular nos propone, ahora, de nuevo: no hacer nada mientras no paran de aumentar los tipos de interés y muchas familias empiezan a tener que escoger "qué factura dejan de pagar".

Un gobierno que lo que ofrece son "apuros" mientras se resiste a garantizar el acceso a la vivienda, es un gobierno con un proyecto fracasado. Y ante esa idea de vuelta a la austeridad y pobreza, lo que necesitamos son derechos para vivir bien, y no tener que volver a “sobrevivir por encima de nuestras probabilidades” como rezaba uno de los lemas de la camiseta de una conocida activista antidesahucios.

Y es que pagar, de media, 800 euros por tu alquiler o hipoteca si ganas 1.500 euros al mes, es a todas luces insostenible. Destinar más del 30% de tus ingresos al pago de la vivienda se convierte, de facto, en un ejercicio de supervivencia. No tenemos por qué resignarnos a sobrevivir cuando es posible frenar la escalada de los precios de la vivienda poniendo pie en pared a la avaricia especuladora.

Para ello, basta con garantizar la aplicación de la recién aprobada Ley de Vivienda para declarar áreas tensionadas y conseguir que bajen los precios. Independientemente de cual sea la voluntad ideológica del gobierno autonómico de turno. ¿Por qué un joven que vive en Madrid no puede beneficiarse de la bajada de los precios del alquiler y uno que vive en Barcelona, sí? La respuesta no puede ser "porque le da la gana a Isabel Díaz Ayuso".

Pero también hay que apostar por consolidar un parque de vivienda público y social. Un parque de vivienda "a la europea" como tienen Austria o Países Bajos. Y para ello toca aumentar el gasto al 1% del PIB (hoy apenas alcanza el 0,25%) y poner en marcha todas las herramientas al alcance; movilizando vivienda vacía (hay casi 4 millones, según el INE), adquiriendo vivienda barata (tal y como acostumbran a hacer los fondos de inversión) y promocionando vivienda pública y en colaboración con proveedores sociales de vivienda dónde y cuando sea necesario.

Y desde luego garantizar que todas aquellas personas que tienen dificultades para pagar la hipoteca puedan realizar quitas de deuda y cambiar su tipo de interés de variable a fijo aunque sea menos rentable para las entidades financieras. Recuerden que el año pasado la gran banca obtuvo un beneficio récord de 20.850 millones de euros en 2022, un 28% más que en 2021.

En definitiva, hace falta querer garantizar el acceso a la vivienda, hace falta querer bien a la gente de este país. Hace falta querer que todos vivamos bien. Y es que para vivir bien, hace falta tener dónde.