Quién fue Oppenheimer, el padre de la bomba atómica y 'destructor de mundos' arrepentido
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"Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos". En el instante preciso en el que el científico Robert Oppenheimer pronunció estas palabras, su vida, y el mundo entero, nunca volvieron a ser iguales.
Ocurrió la madrugada del 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo México, cuando el gobierno de Estados Unidos probaba por primera vez el Proyecto Manhattan, haciendo estallar el mayor dispositivo nuclear de la historia: la bomba atómica.
Aunque el verdadero desastre tendría lugar unos meses después, el 6 de agosto de 1945, con la detonación del 'Little Boy' -un artefacto nuclear cargado de Uranio-235- sobre la ciudad de Hiroshima, y 'Fat Man', tres días después, sobre Nagasaki.
Estados Unidos ganaba entonces la batalla, pero Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, cargaría el resto de su vida con la responsabilidad de haber creado un arma capaz de destruirlo todo.
Un joven genio enfermizo
Julius Robert Oppenheimer nació en Nueva York en 1904 en el seno de una familia rica de orígenes judíos y alemanes. Desde niño destacó por sus grandes capacidades académicas, y cuando a penas era un adolescente, le diagnosticaron esquizofrenia. Eso determinó profundamente su vida y su carácter.
Su extraordinaria inteligencia le permitió aprender muchos idiomas fácilmente, interesarse profundamente por la literatura y graduarse en física experimental en Harvard, en tan solo 3 años, con la máxima nota: summa cum laude. Sin embargo, Estados Unidos se le quedó pequeño, porque allí aún eran pocos quienes estudiaban física teórica, por lo que, al acabar su carrera, voló a Europa para trabajar junto a Ernest Rutherford, director del famoso Laboratorio Cavendish.
A su regreso de Europa en 1927, comenzó a trabajar como profesor en el Instituto Tecnológico de California y en la Universidad de California, donde entabló amistad con Linus Pauling, premio Nobel de Química. Además, durante este tiempo desarrolló teorías innovadoras sobre las estrellas de neutrones, los agujeros negros y la teoría cuántica de campos.
De héroe americano a comunista traidor
Sobre sus coqueteos con el comunismo se ha hablado mucho, y lo cierto es que aunque Oppenheimer nunca estuvo afiliado al partido comunista en su país, se sabe que en 1937 utilizó gran parte de la herencia de su padre en apoyar al bando republicano durante la Guerra Civil Española. No obstante, pronto renegaría de estas ideas por el trato de Stalin a sus colegas rusos de profesión, que acabaron en gulags y sharashkas soviéticas -laboratorios secretos-. Sea como fuere, esta relación con la izquierda le traería muchos problemas en el futuro.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Oppenheimer fue elegido para liderar la investigación del Proyecto Manhattan, que pretendía crear la primera bomba atómica.
Las terribles consecuencias de Hiroshima y Nagasaki hicieron que Oppenheimer, como tantos otros científicos, dieran un paso atrás en la defensa de la utilización de la ciencia como arma bélica. Y sin saberlo, con su famosa frase: "Siento que tengo las manos manchadas de sangre", dirigida a Truman, presidente de los Estados Unidos, sentenció el final de su carrera.
Con la herida del arrepentimiento como bandera, Robert Oppenheimer pasó el resto de su vida abogando por el desarme nuclear y oponiéndose públicamente a la creación de la bomba de hidrógeno que el gobierno de los Estados Unidos pretendía desarrollar para frenar el avance de la URSS.
Este fue el motivo definitivo por el que su nombre acabó formando parte de la lista roja, que perseguía a los sospechosos de ser aliados del comunismo durante aquella época de histeria anticomunista.
Como consecuencia de esta persecución despiadada, se le negó el acceso a los documentos secretos militares y se canceló su contrato como asesor de la Comisión de Energía Atómica. Eso sí, nunca estuvo solo, pues la Federación de Científicos Estadounidenses salió en su defensa y le convirtieron en un símbolo heroico en el mundo de la ciencia.