Lo más sensato que he oído en mucho tiempo ha sido la propuesta de Feijóo de firmar unos nuevos pactos de la Moncloa, como aquellos de la Transición en 1977, que incluyan áreas como sanidad, educación, territorio, economía, etc. La oferta sería interesante, incluso esperanzadora, si no fuera porque suena ya a historieta de Mortadelo, pero sin gracia, y que es de esperar que quede en saco roto.
Este tipo de pactos de Estado se ha convertido ya en una cantinela a la que recurren los políticos con el objetivo de arañar algún titular de vez en cuando. Sin ir más lejos, recuerdo uno de Sánchez, en abril de 2020, en plena pandemia, cuando anunció que iba buscar un trato de este calado para la reconstrucción del país, al que apelaba a sumarse a todas las fuerzas políticas, sindicatos y empresarios.
Para empezar, ya tropezando, anunció en una rueda de prensa que comenzaría la ronda de negociaciones con el PP, con Casado, para mayor sorpresa de este, que se enteraba en ese mismo momento de la oferta. A partir de ahí, se armó el guirigay de siempre, Casado le exigió a Sánchez que, para ello, antes rompiera con Podemos, Vox se descartó... y el resto ya lo sabemos: ni pacto ni acuerdo ni nada de nada. Sin ser una gran estadista, es de suponer que para alcanzar un acuerdo de este calibre lo primero que se requiere es discreción, consenso y, a posteriori, el anuncio del pacto, de manera que nadie se atribuya el mérito del mismo.
Sin esta premisa, y por muy atractivo que parezca el plan, es de suponer que fracasará, mal que nos pese a los que apostamos por un pacto en España en un contexto difícil como el actual, en el que el enemigo no está dentro de nuestras fronteras, sino fuera.
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