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Cuando la violencia de género te deja sin casa: una de cada cinco mujeres sin hogar está en la calle por haber sufrido maltrato machista

Un hombre sin hogar duerme en el Paseo de Gracia, a a 10 de junio de 2021, en Barcelona.
David Zorraquino / Europa Press

No es suficiente haber sufrido los golpes, las palizas o las descalificaciones de su pareja. El infierno para muchas víctimas de violencia de género no termina cuando consiguen separarse de su maltratador. La dependencia económica, las secuelas mentales, o el lento proceso de exclusión social al que se han visto sometidas durante años las aboca a muchas a una situación de sinhogarismo. Una situación que no es más que el culmen de esa exclusión y en la cual suelen convivir múltiples vulnerabilidades. No se acabará ahí tampoco la violencia, pues para las mujeres se dispara la posibilidad de sufrir agresiones. Sexuales, sobre todo. Pero habrá una red de protección que, pese a no contar siempre con recursos suficientes, intentará que estas mujeres se reinserten en la sociedad y recuperen su autonomía y, en definitiva, su vida. 

La proporción de mujeres en situación de sinhogarismo ha ido creciendo poco a poco en la última década. Cuatro décimas concretamente, hasta representar el 23,3% de las personas sin hogar. Siguen siendo muchas menos que los hombres, pero lo cierto es que las razones que provocan esa situación son distintas y esconden en la mayoría de ocasiones un sesgo de género. Casi tres de cada diez asegura que se quedó sin casa tras haberse separado de su pareja, según los últimos datos del INE. Y el 22% declara que haber sufrido violencia —ya sea en su propia persona o hacia sus hijos— fue el motivo por el cual dejó su alojamiento. Un porcentaje que dista mucho del 8,5% de los hombres, y que evidencia que la violencia machista es el eje vertebrador en las vidas de la mayoría.

El propio Gobierno ya ha reconocido la violencia de género como un factor de vulnerabilidad en la última Estrategia Nacional para la lucha contra el sinhogarismo aprobada la semana pasada para erradicar estas situaciones en los próximos siete años. La violencia machista, igual que una falta de red de apoyos, el aislamiento social, la soledad prolongada o los conflictos familiares son, según subraya el Ejecutivo, circunstancias que merman la capacidad de encontrar un empleo que permita obtener ingresos y acceder a una "vivienda normalizada".

Y ahí entra otro asunto que suele estar muy presente en los casos de violencia machista: la violencia económica. Igual eran amas de casa, o estaban sometidas a un control sistemático de sus ingresos, o directamente su agresor les había prohibido trabajar. Esto se traduce en que, cuando dan el paso de poner fin a esa situación, no cuentan con los recursos económicos como para permitirse una alternativa de alojamiento, y acaban en la calle. 

"Una de las razones fundamentales para acabar en una situación de sinhogarismo es no tener los medios económicos suficientes para mantener una vivienda. Por eso son imprescindibles todos los apoyos a las víctimas de violencia de género que puedan evitar que se incremente su vulnerabilidad frente a ello", incide a 20minutos Maribel Ramos, subdirectora de Hogar Sí, una organización dedicada a la atención de las personas sin hogar.

Ramos reconoce que el sistema de protección ante la violencia machista "ha ido mejorando" en esa dirección, para que las víctimas sepan que van a tener una alternativa si abandonan esa situación de violencia. "Pero es importante que, además, esa alternativa de vivienda pueda ser asequible, y que la mujer no tenga que estar 'surfeando' constantemente de un lado a otro, que es lo que muchas veces propicia que acaben en una situación de sinhogarismo", sostiene. 

Porque, según explica la subdirectora de Hogar Sí, hasta llegar a una situación de sinhogarismo, se ha dado antes un lento proceso de exclusión que se alarga durante mucho tiempo. "La gente no se queda en la calle de un día para otro", subraya. Lo que sucede, es que, a medida que se van sumando otro tipo de problemáticas —salud mental o estrés postraumático, o adicciones, por ejemplo—, se van añadiendo también las complicaciones, "sobre todo porque nuestro sistema de protección en el ámbito de salud mental tampoco es el más idóneo". En definitiva, todo aquello que acumula factores que incrementan la situación de vulnerabilidad, dificulta en mayor o menor medida el proceso de salida del sinhogarismo. 

Violencia machista en la red de protección

Otros estudios de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y de la Asociación Aires indican que entre el 60 y el 70% de las mujeres sin hogar han sufrido violencia de género, bien antes de llegar a esa situación o ya estando en ella. "La situación de vulnerabilidad que, por una parte, provoca la violencia de género, puede precipitar las situaciones de sinhogarismo; pero también, al mismo tiempo, las situaciones de sinhogarismo y vulnerabilidad que ello genera, podrían facilitar que se produzcan situaciones de violencia machista hacia estas mujeres", afirma Maribel Ramos.

Al final, explica Ramos, las mujeres sin hogar muchas veces acaban teniendo relaciones de pareja con alguien que está en la misma situación. "Y ahí, también un poco impulsado por la realidad en la que están, terminan sufriendo violencia machista", incide Ramos. Sobre ello pone el foco también el Ministerio de Derechos Sociales, que habla de "inseguridad" en la propia red de protección, "entre otros motivos porque están siendo atendidos en ella los agresores de las mujeres que están sin hogar".

Inseguridad ya no solo por esos casos de violencia de género dentro de los centros de acogida, por ejemplo, sino también porque se disparan las posibilidades de sufrir violencia sexual. "La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer nos dice que un 13% de las mujeres en general ha sufrido algún tipo de violencia sexual a lo largo de su vida. Pues ese porcentaje se incrementa, como mínimo, hasta un 19% en el caso de las mujeres en situación de sinhogarismo", señala Ramos, quien argumenta que seguramente esa cifra sea solo la punta del iceberg. 

Trabajar desde distintos frentes

El problema y la solución —tanto de los casos de violencia machista que se dan dentro de la red de protección como de aquellos que sucedieron antes— reside en un asunto crucial: la interseccionalidad. Los sistemas de protección social, en general, están muy especializados en un tema concreto, lo que propicia que, cuando se dan varias situaciones de discriminación o de vulnerabilidad, disminuya la capacidad de actuación. Es una problemática que va en una doble dirección.

"Cuando eso sucede, el sistema suele petar y no funciona muy bien. Por ejemplo, cuando una mujer es víctima de violencia de género y se queda en una situación de sinhogarismo, la atención especializada tiene muchas más dificultades para actuar; y lo mismo ocurre en la atención al sinhogarismo, que tampoco tiene bien desarrollados los mecanismos para proteger a las mujeres víctimas de violencia machista", asevera Ramos. 

La subdirectora de la entidad pone un ejemplo: una mujer está siendo maltratada por su pareja, que vive en el mismo albergue que ella. Pues, para esos casos no hay un protocolo que le pueda garantizar a ella un alojamiento alternativo sin que tenga que denunciar a su agresor. "Y al final esto provoca que muchas, para no abandonar ese alojamiento, sigan compartiendo espacio con alguien que la ha agredido o la está acosando".

No hay una única solución, pero las organizaciones que trabajan con personas en esta situación apuntan a una necesidad de abordar cada caso de forma individual. Algo que se complica por la falta de recursos. "Ahora se definen soluciones de 'talla única' en vez de ir a soluciones de planificación centrada en la persona, en función de sus necesidades", subraya.  "Todo esto, obviamente, tiene que venir acompañado de la intervención con hombres. La erradicación de la violencia machista no es solamente responsabilidad de las mujeres", concluye. 

Redactora '20minutos'

Como redactora de Sociedad, sigo de cerca las informaciones de Igualdad, Educación, Sanidad y Derechos Sociales en la sección de Nacional de 20minutos desde 2021. Antes, me curtí durante dos años en la sección de Última Hora y Cierre. Me crié en Barcelona, pasé por Teruel, aunque Madrid es mi casa desde 2013, donde me gradué en Periodismo en la Complutense. Algo melómana y muy feminista, también cuento las historias de quienes tienen menos voz.

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