Trabaja poco el cazamonjas, pero trabaja bien. Su pieza de caza sale solo para las elecciones generales, para las autonómicas y quizá para ir al médico. El cazamonjas lo sabe y está preparado. Madruga mucho. Lo imagino con las primeras luces del alba, preparando sus cámaras y objetivos como ese asesino de película que revisa su arma, comprueba los mecanismos y coloca las balas en el cargador. Lo hace con frialdad y determinación. Es un profesional.
Del cazamonjas se espera una fotografía. No puede fallar. Si no tenemos esa foto, la jornada electoral no existe. El sistema podría implosionar. Sobre los hombros del cazamonjas recae una gran responsabilidad, él sujeta la fiesta de la democracia, la normalidad democrática y toda la historia y el significado que hay detrás de estas expresiones. Es un trabajo importante y no puede fallar.
Como un experto en safaris, el profesional conoce los hábitos de su presa. Sabe que suele moverse en grupos, que, con algunas excepciones, es amiga de madrugar, que viene ya con el voto cerrado y bien cerrado y guardado en alguna parte del hábito y que, aunque se mueve con cierta lentitud y parsimonia, es escurridiza y volátil. La monja votante ejerce su libre derecho democrático sin saber que apuntala, en cierto sentido, el sistema.
El cazamonjas inmortaliza un instante en el que la sociedad contemporánea se da la mano con su pasado inmediato.
El cazamonjas tiene sus armas. He hablado con alguno. No es lo mismo una clarisa que una hermanita de los pobres. La pieza más cotizada es, por supuesto, la monja de clausura: Carmelitas Descalzas, Mercedarias, Concepcionistas, Hermanas de la Caridad de Santa Ana o Dominicas Predicadoras son oro. El cazamonjas distingue de lejos hábitos y pelajes y tiene contacto con interventores que le dan el chivatazo si fuera preciso para que el momento clave no pase de largo.
El cazamonjas inmortaliza un instante en el que la sociedad contemporánea se da la mano con su pasado inmediato. Cuando la papeleta de una monja cae en la urna y se acomoda suavemente entre el resto de sobres se produce el milagro de la igualación democrática y la monja es el todo y todos somos monjas. El cazamonjas dispara soñando la sonrisa bondadosa, la complicidad empática de los miembros de la mesa, con un fondo de hábitos difuminados bañados en una luz única. Sin embargo, el cazamonjas no trabaja en este caso con la luz. Fotografía el tiempo. Un tiempo que se para unos segundos en un mundo que cambia poco a poco sin querer cambiar.
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