Al día siguiente del 23-J, casi todas las empresas demoscópicas se pellizcan, y afloran las paradojas. A priori, se ha cumplido la tradición de que el partido que gana las autonómicas y municipales vuelve a ser primero en las generales, y así ha sido. Pero esta vez, y esto es inédito, es prácticamente seguro que esa formación, el PP, no gobernará. El Partido Popular se ha impuesto sobre el PSOE y ha vuelto al primer puesto en Congreso de los Diputados, con 136 escaños (47 más de los que tenía). Pero si el 28 de mayo convirtió en un gran poder una distancia con el PSOE no muy abultada, ayer pasó exactamente lo contrario.
La suma de PP y Vox, que ha pasado de 52 a 33 diputados, se queda a 7 escaños de la mayoría absoluta (169), claramente por encima de la del PSOE, que sube dos escaños y se coloca en 122, y Sumar, que se queda en 31. Feijóo va intentar la investidura como candidato de la fuerza más votada, pero no tiene futuro en términos parlamentarios, Y es muy probable que Pedro Sánchez, que remonta, y Yolanda Díaz, que retrocede pero hace suyo el resultado socialista, busquen reeditar la coalición PSOE/Sumar con el apoyo de todo el bloque independentista.
Es un más difícil todavía que supone otra contradicción. Los dos grandes partidos, PP y PSOE han aumentado el porcentaje conjunto, mientras que Vox y Sumar pierden terreno. Pero, si no hay un mínimo acuerdo entre socialistas y populares, la gobernabilidad de España seguirá en manos de partidos nacionalistas e independentistas –PNV, Junts, ERC y Bildu-, que han sufrido una merma en el apoyo popular, excepto en el caso de la formación de Otegi. Tras resistir de nuevo y recoger el voto útil del miedo a Vox, los socialistas celebraron ayer su segundo puesto como una medalla de oro, y es verdad que nos lo habían repetido en campaña: se trataba de poder gobernar.
El sistema parlamentario permite todas las combinaciones, aunque sería lógico que viéramos hablar sobre gobernabilidad a dos partidos que suman más del 50% de los votos y cerca de 16 millones de sufragios. Pero las elecciones convocadas por Pedro Sánchez para clarificar los próximos cuatro años han acentuado, la otra gran paradoja, la polarización, alejan los acuerdos y aumentan la inestabilidad hasta poner en el horizonte unas hipotéticas nuevas elecciones. Así que hoy empiezan semanas intensas de tórridas negociaciones con incierto final.
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