Ciencia

Este es el motivo por el que casi no hay insectos en el mar

Insectos marinos 'Halobates' en una playa de Hawái.
Cory Campora / Wikipedia

Ignoro si la mente científica nace o se hace, pero al menos sí es cierto que algunos niños, pero otros no, se hacen y hacen a los adultos preguntas que demuestran su curiosidad por cómo funcionan las cosas. Obviamente, tal vez todos se pregunten cómo nacen los niños, y de esto se supone que los padres y madres saben algo que pueden explicar de primera mano.

Pero cuando las respuestas no son tan evidentes, como por qué el cielo es azul o cómo se forma el arco iris, no hay por qué tener miedo a la ignorancia: “no lo sé” es la frase de cabecera del científico. El científico no lo es porque sabe, sino porque se pregunta e indaga en lo que no sabe, mientras que a otros no les importan las respuestas o, aún peor, se las inventan.

(Y, por cierto, si a alguien le interesa saber por qué el cielo es azul, sigan este enlace).

Solo el 3% de los insectos son acuáticos, pero solo cinco especies viven en el mar abierto

He aquí una buena para el verano. Es posible que algún pequeñuelo, al darse un baño en la playa, se fije en algo curioso: en tierra los bichos nos rodean, están por todas partes. Pero no en el mar. En el mar no solo hay peces, sino también otros muchos tipos de animales que encontramos en tierra, como mamíferos, reptiles, anfibios, aves, moluscos, gusanos… Muchos insectos, desde los mosquitos a las libélulas, pasan su juventud en el agua, e incluso algunos adultos también viven en aguas dulces, como ciertos escarabajos. Los acuáticos son solo el 3% de los insectos, pero teniendo en cuenta que sus especies se cuentan por millones, son muchos.

Así que, sí, los insectos pueden vivir en el agua, incluso salada. Pero no viven en el mar: en la inmensa Tierra solo existe un género de insectos marinos, Halobates, y de sus 40 especies solo cinco viven en mar abierto. Pero ¿por qué?

Y no, la respuesta no es tan evidente como podría parecer.

Insectos contra crustáceos

En el mar tenemos un equivalente a los insectos, los crustáceos, sus parientes cercanos (según la clasificación actual, en realidad los insectos evolucionaron a partir de los crustáceos). Y dado que existen decenas de miles de especies y que la mayoría son acuáticas, podemos pensar que, en un pasado lejano, los dos grupos separaron sus destinos y se especializaron: los crustáceos se quedaron con el agua, los insectos salieron a ver qué pasaba fuera.

Pero siendo así, ¿por qué no los insectos, muchísimo más diversos y abundantes, invadieron también las aguas? Los insectos actuales no pueden vivir en el mar porque su sistema respiratorio no es apto para ello: para respirar dependen de la difusión del oxígeno en las tráqueas abiertas en su cuerpo, y el oxígeno disuelto en el agua no basta, por lo que no aguantarían bajo el agua el tiempo suficiente para sumergirse a gran profundidad y escapar de ser comidos por los depredadores. Hay además otras dos razones propuestas por las que no podrían bucear muy hondo en el mar: la sal les dificulta la inmersión, y la presión a gran profundidad colapsaría sus tráqueas. Todo ello, en el terreno de las hipótesis.

Pero aunque los insectos actuales no puedan mudarse al mar, a lo largo de la evolución pudieron haberlo hecho: otros grupos de animales originalmente terrestres, como los mamíferos, colonizaron el agua y se adaptaron evolutivamente a vivir en ese entorno. ¿Por qué no lo hicieron los insectos? Llevan en este planeta casi 480 millones de años, frente a los 300.000 de nuestra especie, así que han tenido tiempo más que sobrado.

Una hipótesis favorecida por los científicos es que los crustáceos no han dejado ningún nicho ecológico libre que los insectos pudiesen ocupar; el mar estaba ya completo. Pero ahora, un nuevo estudio viene a aportar una pista mucho más concreta y tangible: crustáceos e insectos eligieron opciones bioquímicas distintas para construir el material de su cuerpo. Y la elegida por los insectos no tiene vuelta atrás, porque no funciona en el mar.

Oxígeno o calcio

Los científicos, de la Universidad Metropolitana de Tokio y del centro Ames de la NASA, han desarrollado una hipótesis en este y otros estudios previos, lo que afirman es “una explicación simple a una vieja pregunta”. Insectos y crustáceos disponen de mecanismos distintos para fabricar su exoesqueleto del mismo material, un azúcar llamado quitina. Los primeros dependen de una enzima llamada multicobre oxidasa 2 (MCO2), que utiliza oxígeno, abundante en el aire, no tanto en el mar. En cambio, los crustáceos emplean otro sistema que depende del calcio, abundante en el mar, pero menos en tierra.

Según los autores, esto no solo justifica que los insectos dominen la tierra y los crustáceos reinen en el mar, sino también que ambos grupos convivan en las aguas dulces, donde ninguno de los dos tiene una ventaja clara; poco oxígeno y poco calcio. Y, por tanto, aquí la competición evolutiva acabó en empate.

La cutícula de los insectos, mucho más ligera, les permitió volar

Curiosamente, resulta que la opción elegida por los insectos les ofreció además otra ventaja: frente a la cutícula calcificada de los crustáceos, más densa y pesada, apta para vivir bajo el agua, la de los insectos es mucho más ligera. Tanto que les permitió volar. En cambio, los crustáceos son hábiles nadadores, pero no vuelan.

Los investigadores aclaran que la enzima MCO2 no es un requisito de todo artrópodo para vivir en tierra; algunos artrópodos, no insectos, no la tienen. Pero explica, dicen, por qué los insectos, que sí la tienen, tuvieron que renunciar a colonizar el mar. Aunque a cambio obtuvieron algo que nosotros solo podemos hacer pagando un asiento cada vez más estrecho, más caro y ya sin una miserable bolsita de cacahuetes ni casi derecho a equipaje.

Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular

Soy periodista, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Antes de dedicarme al periodismo, en los años 90 trabajé en investigación en el Centro Nacional de Biotecnología y publiqué 19 estudios científicos y revisiones. Como periodista de ciencia, fui jefe de sección de Ciencias del diario Público, y entre mis colaboraciones figuran medios como El País/Materia, El Huffington Post, ABC, Efe o BBVA OpenMind, entre otros. En mis ratos libres también intento viajar y escribir sobre viajes. He publicado tres novelas: 'El señor de las llanuras' (Plaza & Janés, 2009), 'Si nunca llego a despertar' (Plaza & Janés, 2011) y 'Tulipanes de Marte' (Plaza & Janés, 2014).

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