"Ahora, con el calor que hace, ¿no te huele como a goma quemada?". El humorista Juan Dávila bromea a una mujer en un debate sobre operaciones de cirugía estética en 'La última noche' de Telecinco. La carcajada de la audiencia resuena en plató. El chiste ha funcionado. Es normal, todos venimos de ahí. 

Todos venimos de aquella cultura que confundía comedia con mofa. Pero, de repente, irrumpe un silencio incómodo. Hay una parte del público que se acaba de percatar del escalofrío de su propia risa. Un chico de la grada, apunta: "Es una broma de mal gusto". Pese a todo, Dávila continúa con otra canallada de las suyas, refugiándose en que debemos tener sentido del humor en la vida. Coartada para arremeter con otro invitado del programa: "A él, que le veo tan estirado, le preguntaría si le han subido los huevos. A mí eso me interesa", remata. Ya no suenan tan fuertes las carcajadas en los Estudios Picasso de Mediaset. 

La cara descolocada del humorista aparece cuando la propia presentadora del espacio, Sandra Barneda, toma partido: "Yo no te digo lo que se me está cayendo esta noche al escucharte, Juan. Madre mía”.  Barneda entiende el problema patente tras unos comentarios que Dávila acostumbra a soltar en sus shows sin que nadie le rebata.

Y ahí está la clave. La comedia es fruto de los contextos de complicidad, entre humorista y espectadores. Esos chistes, hasta los más chuscos, suenan distintos a un comprador de una entrada de un espectáculo concreto que a los invitados de una tertulia de un prime time que va de serio y respetuoso. La realidad es diferente. El contexto marca el paso.

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En Telecinco, Dávila no está actuando a sus fans, implicados y sugestionados con la experiencia kamikaze de sus salidas de tono. Ellos saben de antemano a qué se enfrentan participando en su show. Sin embargo, en La última noche, el humorista usa las mismas armas en un debate con personas que ya de por sí son juzgadas en su día a día. Y no están para determinados chascarrillos absurdos. Ya los escuchan a diario y, como explicaba el maestro Miguel Gila, el humor que cala es el que elabora su intención. Porque la pulla del escarnio público ya está en demasiados lados. En cambio, escasea la guasa con conciencia crítica. Esa comedia que despierta la ingenuidad de la sonrisa al confrontarnos, cuando menos lo esperamos, a cómo somos.

Existe un tipo de gags que dejan de ser parodia porque esconden una estigmatización social: la del diferente, la del 'rarito', la del sufrimiento, la de la opresión, la del vulnerable, la de la inseguridad del físico... El quid de la cuestión está una vez más en la condescendencia que invita a confundir befa con humor. Y la comedia jamás debería enjuiciar el cuerpo, sexualidad e identidad a través de opiniones que nadie te ha pedido.

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