OPINIÓN

Una piedra

El incendio forestal declarado en el municipio de Arafo, en Tenerife.
El incendio forestal declarado en el municipio de Arafo, en Tenerife.
Ramón de la Rocha / EFE
El incendio forestal declarado en el municipio de Arafo, en Tenerife.

Un anciano de 80 años arroja una piedra a un helicóptero que se está aprovisionando de agua para continuar con su trabajo de extinción en Tenerife, mientras el fuego arrasa 14.751 hectáreas de bosque y monte, y miles de personas se encuentran desplazadas, en un eco eterno que se repite catástrofe tras catástrofe, incendio tras incendio. Un gesto que en otras circunstancias podríamos pensar que nace de una cólera justa (sin el agua de esa charca el hombre temía que su finca quedara sin riego) pero que finaliza con ese helicóptero del Cabildo inutilizado, en un giro inesperado de causa-efecto inverosímil, casi cómico si no fuera por el fuego provocado, por el riesgo del piloto, por el gasto y el daño.

Han conspirado los hechos y las noticias de los últimos días para convertir las pedradas sueltas en avalanchas sociales: un beso forzado que colma el vaso, o más bien la Copa, la investidura y sus dificultades, la ronda de consultas de las diversas partes, todo comienza con una onda marcada en el agua que se expande, que pasa de una especulación a una realidad molesta, imposible de narrarse en una ficción que se quisiera mínimamente coherente. Vivimos en el perpetuo aprendizaje de un idioma nuevo, el de que los hechos conllevan consecuencias a las que hay que hacer frente.

Algunos siempre lo han sabido, han sufrido la desmesura con la que se castiga a quienes carecen de poder o voz. Lo interesante ahora viene para quien debe conjugar los nuevos verbos, como pactar o acordar, las disculpas sinceras o al menos creíbles, el pago de daños que siempre se infravaloraron o que se dieron por zanjados sin más reflexión. No, no hay derechos adquiridos por la emoción o la costumbre, el poder o la posición que se disfruta; ni se sale con tanta frecuencia ileso de los comportamientos irreflexivos. Quizás, por nuevo que resulte, no se pueda arrojar piedras a quienes apagan incendios.

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