Los que no viajan, teniendo tiempo y recursos, me merecen tan poco respeto como los que no leen. Lo segundo es compartido porque la lectura es aprendizaje, cultura y diversión. Lo que algunos no entienden es que viajar supone lo mismo, vivir aventuras y aprender de otras culturas, pero con un añadido, que escribes tu propio argumento, no estás supeditado a leer o vivir las aventuras de otros y, además, lo haces en directo.
Este verano he ido a Colombia y he aprendido que existen taxistas de izquierdas contentos con el nuevo gobierno colombiano, que todavía quedan islas como la de Providencia donde el turismo no lo ha infestado todo, donde eligen tener tiempo y cuando han ganado lo suficiente para vivir, descansan. Un lugar con conciencia ecológica, donde el cangrejo azul está tan protegido que cortan el tráfico mientras el animal atraviesa las montañas para reproducirse. He buceado en un agua azul y he visto especies marinas inimaginables, que perdurarán si cuidamos el mar.
He descubierto que la música nace de cualquier objeto, como del hueso de una quijada de caballo. Que el primer pueblo negro de América, libre de la esclavitud colonialista, fue Palenque, porque la libertad es la lucha más digna.
Los que no viajan esconden miedos, a sí mismos y al otro
En Cartagena he aprendido que lo bonito por fuera no lo es tanto por dentro, que la mentira turística toma forma en fachadas coloristas que albergan hogares más grises. Que una cosa es la alegría de la música y otra la contaminación musical. He vuelto más sabia, más feliz y más libre.
Los que no viajan esconden miedos, a sí mismos y al otro. Viajar es de listos y de valientes. Luego ya he vuelto a España y me encontrado con los cobardes, lo peor del fútbol y del machismo unidos.
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